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martes, julio 27, 2010

Los 60 años del Calasanz

Elba Cristina Parrales
La Prensa, Managua, 30 de mayo, 2010

Unos 50 mil estudiantes han pasado por el colegio San José de Calasanz desde que se fundó en Nicaragua hace ya 60 años. Maestros, alumnos y ex alumnos reconstruyen la historia de este centro cuya vida comenzó cuando llegó un padre italiano sin un peso en el bolsillo

Árboles de madera preciosa y jardines rodean las aulas de clase del Colegio Calasanz en Managua. La grama recién cortada y las flores permanecen húmedas por la brisa que cae vagamente.

En las canchas, niños de primaria con uniforme de educación física, un buzo rojo y una camiseta blanca, terminan de hacer ejercicios. Al sonar la alarma todos corren a las aulas de clase. Las estatuas representativas de San José de Calasanz y del padre Bruno Martínez adornan los jardines donde todo tipo de pájaros llegan cantando a beber el agua que se acumula en los charcos. De momento es el único sonido que se escucha. El sonido natural de las hojas de los árboles sobándose al vaivén del viento y de los pájaros retozando encima de ellos.

El colegio Calasanz, ubicado en el kilómetro 11 Carretera Sur, guarda en sus pabellones y jardines muchas experiencias académicas y deportivas desde 1973 que se instauró en ese terreno. Fue la primera escuela mixta después del terremoto de 1972. En una de sus paredes adorna una pintura mostrando las diferentes facetas por las que ha pasado el colegio, como el terremoto, la guerra y en la actualidad. El dueño de la obra es un ex alumno, Armando Mejía, quien junto a sus hermanos Mejía Godoy guarda gratos recuerdos de su etapa estudiantil.

Amplios jardines rodean cada pabellón. Los alumnos de secundaria no se rozan con los de primaria ni preescolar. Cada uno de ellos sale a su receso en diferentes momentos. Alumnos del segundo año hacen manualidades para regalárselas a sus madres este 30 de mayo. En las demás aulas, las maestras dan instrucciones a los estudiantes, algunos inquietos, parlanchines. Pero todos con sus uniformes azul y blanco impecablemente limpios.

En los 60 años de función estudiantil, han pasado generaciones desde abuelos hasta nietos. El padre Mauricio Valdivia, director en funciones del colegio desde el 2003, afirma que en la actualidad hay 900 alumnos en total. Desde el preescolar hasta quinto año de secundaria por la mañana, y secundaria por la tarde.

Veinticinco manzanas de terreno guardan una capilla de estructura moderna; animales como venados, garrobos, conejos, y los pabellones de preescolar, primaria y secundaria.

El padre Mauricio, mientras ve las fotos de las primeras promociones del colegio Calasanz, cuando estaba ubicado en el barrio San Sebastián, cuenta que por este centro estudiantil han pasado alrededor de 50 mil estudiantes y que se han bachillerado alrededor de 4,000 estudiantes.

Uno de los fundadores del colegio Calasanz en Managua fue el padre escolapio Bruno Martínez. Un hombre de baja estatura, moreno y con poca cabellera. Los que lo conocieron lo recuerdan como un hombre serio, sencillo, piadoso, modesto, afable, rebosante de una gracia espiritual que, sin duda alguna, reflejaba su presencia.

Iba a cumplir 45 años cuando llegó al país con otros padres escolapios por un llamado del obispo Oviedo de León.

El padre Bruno les contaba a sus estudiantes, entre ellos Aldo Palacios, que cuando llegó de España esperó mucho tiempo junto a otros padres en el aeropuerto para que los dejaran ingresar a la ciudad porque tenían que pagar un dólar de impuesto y ellos no traían dinero. Su vocación era vivir pobres.

Con la ayuda de monseñor Lezcano lograron instalarse en Managua. A los pocos días se trasladaron a León, donde se iba a regentar el colegio San Ramón. Al año siguiente vieron la necesidad de fundar un colegio en el barrio San Sebastián, en Managua. Sería el segundo colegio con orden calasancia.

Aldo Palacios, ex alumno del Calasanz, describe el edificio como monumental, de cuatro pisos, con cada aula amplia y una cancha donde hacían ceremonias y actos.

El padre Bruno desde el colegio demostraba con actos ser un buen discípulo de San José de Calasanz, uno de los precursores de la enseñanza moderna. Nacido en España, al igual que el padre Martínez, fue quien fundó las escuelas de Orden de Clérigos Regulares Pobres de las Escuelas Pías. Los niños huérfanos y pobres eran su principal inspiración. La labor de ambos se materializa en la enseñanza académica y espiritual.

En las fotos de archivo del colegio de Managua, se constata que en la primera promoción, en 1955, había solamente 12 niños. Con el terremoto de 1972 se derrumbó el edificio de cuatro pisos. Al padre Bruno lo encontraron entre los escombros. Poco tiempo después murió en León producto de las heridas en su cuerpo. Quienes lo conocieron, afirman que agonizando estuvo dando misa desde la cama.

El padre Bruno, quien seguía los pasos de San José de Calasanz, creía profundamente que a través de la enseñanza las personas llegan a ser más dignas, nobles, más beneficiosas, más útiles, más necesarias en el servicio.

Otro de sus seguidores que es considerado un santo es el padre italiano Pompilio María Pirroti. Entre los beatos que dio la Escuela Pía está Pedro Casani, italiano también.

El padre Bruno, quien vivió 19 años en Nicaragua, está en proceso de beatificación. Ha sido declarado venerable por su entrega al sacerdocio entre los niños y jóvenes, entre los pobres y por su larga tradición a la entrega de la educación. “Sólo falta el milagro”, afirma el padre Óscar García Mulet.

En la actualidad la orden calasancia tiene alrededor de 1,421 religiosos en 34 naciones alrededor del mundo que viven en comunidad con otros padres. En Nicaragua hay ocho sacerdotes en total, cuatro trabajan en el país y los otros cuatro cumplen funciones en el extranjero.

El padre Óscar, un hombre delgado, bajo de estatura, blanco y con barba abundante, vino de España hace dos años. Trabaja en el colegio Calasanz de Managua, afirma que los padres escolapios siguen el camino que abrió San José de Calasanz, quien fundó la primera escuela popular, gratuita en Europa. Y aunque las escuelas calasancias no son gratuitas en la actualidad, asegura que la enseñanza es integral. “No es una enseñanza parroquial, sino más bien integral, basada en las letras y la fe, en la educación y el crecimiento espiritual”, comenta.

La pobreza que vio San José de Calasanz en los niños de Roma, lugar donde abriría la primera escuela en 1597, y la pobreza que encontró el padre Bruno Martínez en los niños de Managua hace 60 años no son la misma que encuentra el padre Óscar en la actualidad.

Si bien la pobreza económica sigue inundando a la ciudad, el padre Óscar trabaja incesantemente con la pobreza espiritual, con la pobreza que sienten los niños al no tener a uno de sus padres, con la soledad que sienten, con los problemas en el hogar, problema que, según afirma el padre Óscar, trasladan a la escuela.

“Desde el oratorio, única en Nicaragua, una experiencia espiritual y pedagógica, me doy cuenta que los niños son iguales en todas partes del mundo. Tienen anhelos de crecimiento espiritual. Se desahogan, interiorizan a Jesús, es un lugar donde se tratan muchos temas, desde el cuidado del cuerpo hasta la sanación de las heridas”, cuenta el padre Óscar, tutor y profesor de religión.

El padre Mauricio junto al padre Donald Mendoza, director del colegio en Managua, en cooperación con el padre Óscar y el padre José María Sacedón, tienen el timón de este centro. Paciencia, comprensión, amiguismo, pero con respeto es lo que le infunden a los estudiantes.

Para Aldo Palacios, periodista de profesión, ex alumno del colegio Calasanz, el padre Bruno fue su guía en todo momento. Fue el encargado de darle su primera comunión. Su maestro de religión le dio una enseñanza rígida y profesional. Los profesores siempre estuvieron dedicados a la mística religiosa y calasancia, cuenta Aldito, como le decían en los tiempos escolares.

“El padre Bruno era un hombre recto, serio, pero a la vez infundía confianza. Era un hombre que siempre vestía de negro y tenía sólo un par de zapatos. Desligado totalmente de las cosas materiales, pero ligado profundamente a la religión”, comenta Palacios.

Los recuerdos le traen una sonrisa al rostro. Sobre todo las travesuras que hacía con sus compañeros. Los nombres de los profesores se limitaban a los apodos que se ganaban. Correcaminos, Aguacate, Batman, Tumba, Tachuela eran sus profesores. “Para la celebración de los 50 años del colegio Calasanz les entregamos reconocimientos a los profesores y no nos sabíamos los nombres de ellos, sólo recordábamos los apodos”, cuenta a carcajadas Palacios.

Otra anécdota que recuerda es cuando los padres de familia buscaban al padre Benitín. El padre Bruno, quien era el director, les aseguraba a éstos que no existía tal padre. Lo que no sabía era que los estudiantes le habían puesto el apodo de Benitín por una tira cómica de la época. Benitín, porque era bajo de estatura; Eneas, su acompañante, era otro padre, por ser alto.

“El colmo era que al padre Bruno lo felicitaban el día de San Benito”, dice Palacios.

Al sentirse mezclado con la enseñanza de Calasanz, muchos ex alumnos se encuentran organizados en la actualidad. La razón de ser de la organización, explica Palacios, presidente de dicha asociación, va más allá de recordar experiencias, aventuras y amistades. Va más allá porque se plantean proyectos sociales, para los alumnos actuales. Por ejemplo, entre los propósitos en el 60 aniversario del colegio está otorgar becas a los mejores 60 alumnos del turno de la tarde.

Asimismo, tienen el proyecto de publicar un libro que trata sobre la historia del colegio Calasanz en Nicaragua, escrito por uno de sus fundadores, Ramón Barberá.

Otro proyecto es finalizar un DVD con una reseña histórica, también de los 60 años del colegio.

Los encuentros de ex alumnos que se han dado hasta en Miami, Estados Unidos, son gratificantes, comenta Palacios, quien organiza actualmente la celebración de los ex alumnos, un evento que tratan de realizar todos los años.

Para el mejor estudiante del colegio, Franklin Antonio Fletes, estudiar en el Calasanz significa tener otra casa y otro hogar. La relación cercana con los profesores y padres le estimulan el buen comportamiento, las buenas costumbres, el ser un excelente estudiante y persona, como describe el jovencito que cursa el tercer año.

Su mamá, Valeria Sequeira, también estudió en el Calasanz. Franklin cuenta que para su mamá el haber estudiado en este colegio fue gratificante y lleno de experiencias muy enriquecedoras espiritualmente. “Fue en el tiempo en que había muy pocas mujeres estudiando”.

Las experiencias más bonitas que ha vivido Franklin, desde que entró en segundo nivel de preescolar, son los retiros que hacen entre una o dos veces al año, los paseos educativos que hacen al Mombacho, a Selva Negra o al Cañón de Somoto. “No sólo se trata de la aventura, el paseo, sino de aprender sobre nuestro país. ¡Ah bueno! Los 20 puntos extras en español también son importantes”, dice entre risas.

El padre Mauricio destaca que los paseos los hacen con el fin de que los niños conozcan distintas partes del mundo. Pero también recalca que en la parte académica siempre están en busca de convenios con universidades para complementar las materias que no cubren al cien por ciento.

“Como no tenemos laboratorio de química, entonces llevamos a los estudiantes a la Universidad de Ingeniería. Estamos en conversaciones con el colegio Ave María College para que se abran cursos especiales para los estudiantes”, cuenta el sacerdote.

El padre Mauricio dice que “reciclamos papel que luego enviamos a la organización Los Pipitos, hacemos obras sociales, de caridad con el asilo de ancianos, con el hospital psiquiátrico, con la organización Pajarito Azul y preservamos de distintas maneras el medio ambiente”.

Entre los planes futuros, relata el padre Mauricio, está la capacitación de maestros con especialistas de la Universidad Cristóbal Colón de México. También el papeleo para certificar el diploma de bachiller para que sea válido en España.

Para María Gabriela Guevara, vicepresidenta de padres de familia, el colegio Calasanz con su enseñanza espiritual y académica es el complemento para la formación de su pequeña hija que cursa el tercer grado de primaria.

Involucrada permanentemente con el centro estudiantil, participa en actividades como el oratorio o el día del regalo, Gabriela cuenta: “Me ha convencido la filosofía de este colegio por el acercamiento que tratan de tener con la familia”, problema principal que encuentra el padre Mauricio: afirma que la mayoría de padres no participan.

Otra de las actividades en las que participa Guevara con su hija y demás estudiantes es la celebración del día del regalo. “Ese día los niños vienen bien vestidos, se les pide que traigan el juguete más preciado, el que más les gusta y simbólicamente se lo dan a un niño necesitado, simulando que se lo dan a Jesús”, cuenta Guevara.

El padre Óscar afirma que éste es un ejercicio que ayuda a que los niños se desprendan de las cosas materiales y que busquen el camino de Jesús.

“Es otra época, otro país, pero siempre con la filosofía de San José de Calasanz, de ayudar a los más necesitados y enriquecimiento de lo espiritual en jóvenes”, afirma el padre Óscar.

Para la celebración de los 60 años de fundación, se tienen previstas muchas actividades que se llevarán a cabo en agosto. Entre kermés, encuentro de ex alumnos y acto central, la celebración de 60 años dentro de la orden de Calasanz seguirá “sembrando esperanzas”, como reza su lema.

http://www.laprensa.com.ni/2010/05/30/nacionales/26123

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