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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

miércoles, octubre 21, 2009

SAN JOSÉ DE CALASANZ

Presbítero, Fundador de los Escolapios
Por Fray Frank Dumois Ruiz, OFM
Por considerar que puede ser de interés para ustedes, les estoy enviando el artículo del P. Frank Dumois Ruiz, OFM, ‘San José de Calasanz. Presbítero, fundador de los Escolapios’, publicado en ‘Palabra Nueva’, revista de la arquidiócesis de La Habana, Cuba, correspondiente al número 185, de mayo de 2009.

Ramón Novel

SAN JOSÉ DE CALASANZ, figura entre aquellos santos que llevaron a cabo la reforma católica en el siglo XVI. Dicha reforma se inició antes de la llamada reforma protestante, pero fue a la vez simultánea y posterior a ésta. Tuvo un punto culminante en el Concilio de Trento (1545-1563), que aclaró las verdades negadas por los protestantes, creó los seminarios y determinó que los obispos residieran en sus diócesis. Dicha reforma era necesaria pues muchos miembros del clero, incluyendo los obispos, se habían alejado del Evangelio.

Pero el error de los reformistas protestantes fue creer que había que reformar la doctrina porque la Iglesia Católica la había adulterado. Así lo declaró el mismo Lutero al afirmar que aunque el Papa fuera tan santo como san Pedro le reprochaba haberse apartado de la doctrina evangélica.

José de Calasanz nace en tierras aragonesas, en Peralta de la Sal (Huesca), en una familia noble, en 1558, en pleno Concilio de Trento. Su padre era gobernador y él parecía destinado a una sólida carrera militar. Pero Dios tenía otros planes con el joven aragonés.

Desde los trece años surgió en él la vocación sacerdotal, como se descubre en el testamento de su padre, Pedro Calasanz, en 1571. En octubre de ese año partió hacia Lérida a un estudio general (Enseñanza Media), donde se graduó de bachiller en Artes en 1574, pero luego estudió derecho en la Universidad. Al año siguiente, junto con otros 36 jóvenes, recibe la tonsura clerical de manos del obispo.

Concluido el curso 1577-1578, y después de una visita veraniega, se dirige a Valencia a estudiar Teología. Allí estuvo poco tiempo y pasó a la universidad de Alcalá de Henares.

En el curso 1579-1580 muere su hermano y su padre lo llama para casarlo y dar así continuidad al apellido. Peo José ya estaba decidido a ser sacerdote.

Al morir su madre el padre vuelve a llamarlo a su pueblo natal. Allí contrae una grave enfermedad. De rebasarla, su padre aceptaría que fuera sacerdote. La rebasó. Hizo los dos últimos años de Teología en Alcalá de Henares; pero esta vez, por la edad de su padre, le aconsejaron que fuera a la Universidad de Lérida, a un día de viaje de su casa. En 1584 recibe el grado de bachiller en Teología. Pero antes, en octubre de 1583, recibió el presbiterado por el obispo de Urgel.

Ordenado sacerdote trabajó al servicio del obispo de Basbastro (Huesca), Felipe de Hurría, OP, con categoría de familiar. Eran sacerdotes que vivían en el obispado compartiendo la misma vida con el obispo. Calasanz trabajaba como secretario y escribiente de éste.

En 1588 muere el obispo. Calasanz, del clero de la diócesis de Urgel, no quiso alejarse de su pueblo para atender a su anciano padre. Consiguió un obispo que le acogió y le permitió simultanear el ministerio sacerdotal y el deber filial.

Lo nombraron secretario para la reforma de la orden agustiniana (estamos en plena reforma católica). En 1585 partió con el obispo hacia el célebre monasterio benedictino de Montserrat, que afrontaba serios problemas. Allí debían esclarecer las muertes de varios religiosos y del anterior obispo visitador, envenenado en dicho monasterio. A tal extremo llegó el asunto, que a los dos días murió el nuevo obispo visitador, con serias sospechas de nuevos envenenamientos. Calasanz fue nombrado secretario del nuevo visitador, pero rechazó el cargo cuando le llegó la noticia de la gravedad de su padre.

Muerto su padre se incorporó de nuevo a su diócesis de Urgel, por entonces vacante.

Fue nombrado secretario del cabildo y maestro de ceremonias de la Catedral. Al llegar a Urgel el nuevo obispo, lo nombran de nuevo familiar de éste.

En todo este período en Urgel, se destacó por su amor a los pobres y por enseñar primeras letras y gramática a los pajes del palacio episcopal.

El nuevo obispo emprendió la visita pastoral de su diócesis, que contaba de 17 arciprestazgos. Calasanz y otros sacerdotes fueron nombrados vicarios de cuatro de éstos.

Esta actividad duró hasta que fue a Roma, en 1591.

Por manifestación de un compañero del santo, el padre Castillo, sabemos que después de ser sacerdote sintió una voz interior que le decía: “Ve a Roma”. Y él se respondía a sí mismo: “¿Qué tengo que hacer en Roma? Yo no tengo pretensiones elevadas” (muchos iban buscando cargos eclesiásticos). Pero la voz persistía y se dirigió a la Ciudad eterna, no sin antes consultar a su obispo que sólo no se opuso, sino que lo nombró procurador de la diócesis de Urgel en Roma. Antes había obtenido el título de Doctor en Teología, quizás en la Universidad de Lérida. Salió hacia Roma en 1592; pensaba en un pronto regreso, sin saber que sería definitiva su estancia allí.

A los tres meses de su llegada, reside en casa del cardenal Marco Antonio Colonna, que lo quiere y lo nombra teólogo y capellán de palacio, puesto que ocupó hasta la muerte del cardenal en 1597, y confirmado por el cardenal Arcanio Colonna.

En los casi 10 años que Calasanz vivió en el palacio Colonna trabó amistad con varios religiosos de rica espiritualidad, entre ellos cuatro canonizados: san Juan Bautista de la Concepción, reformador de los trinitarios descalzos; san Felipe de Neri, fundador del Oratorio; san Camilo de Lelis, fundador de los Camilos, Compañía de los Servidores de los Enfermos y san Roberto Belarmino SJ, Doctor de la Iglesia.

En su estancia en el palacio cardenalicio, Calasanz conoció también la pobreza en Roma.

Eran más de 60 las cofradías y hermandades que se dedicaban a la atención de huérfanos, pobres, peregrinos, extranjeros, enfermos, presos, condenados a muerte, mendigos, prostitutas… En ese final del siglo XVI, Roma sufrió varias epidemias y serias inundaciones del Tíber, y los más afectados eran los pobres de la ciudad.

Calasanz perteneció a cuatro de estas cofradías. Como cofrade de la Doctrina Cristiana enseñaba catecismo a los niños. Junto a esta actividad caritativa y apostólica practicaba ejercicios de piedad, como la visita a las siete basílicas de Roma.

Su contacto con el mundo de la miseria le hace reflexionar acerca de qué hacer con los niños pobres y pensar si esto no tenía relación con la voz: “Ve a Roma”. Un día leyendo el salmo 10, versículo 14: “A ti se te ha encomendado el pobre, tu serás el amparo del huérfano”, tuvo la convicción de que esas palabras eran dichas para él y empezó a catequizar a los niños en la piedad y en las letras.

Acude a las autoridades romanas, a los padres jesuitas, a los propios dominicos… pero al comprobar que los caminos estaban cerrados, asiste con un hermano cofrade a la parroquia de Santa Dorotea, del barrio pobre del Trastéveres, cuyo párroco ya daba clases a sus monaguillos, ayudado por dos hermanos de la cofradía de la Doctrina Cristiana y le solicita sitio para dar gratis lecciones de doctrina y letras a los niños.

El buen párroco ve en su geto una forma de ayudar a las familias más pobres de la parroquia y a las viudas cargadas de hijos y le ofrece una sala. Al día siguiente llegó con un escaso material: plumas, tintero y papel... Y comenzó a instruir a algunos muchachos, exhortándolos a que avisaran a otros. En esas humildes paredes nacen las Escuelas Pías que se extenderían por el mundo entero. Había nacido la primera escuela popular y gratuita del mundo gracias a la sensibilidad social y caridad de altos quilates de san José de Calasanz. El nombre oficial adoptado fue de Congregación de los Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, vulgarmente conocidos como escolapios.

A los ocho días ya tenían más de 100 niños. Poco a poco crecieron con más edificios y maestros.

Al extenderse rápidamente la obra por Italia y por el resto de Europa, José fue nombrado superior general por el Papa Urbano VIII. En 1592, el Tíber tuvo una de las inundaciones más horrorosas que se recuerdan en Roma. Hubo cientos de muertos. El barrio del Trastéveres se inundó. Las ayudas para las escuelas fueron desviadas a necesidades más urgentes. Calasanz decide entonces que la cofradía de la Doctrina Cristiana se encargue del mantenimiento de la obra. Al crecer el número de muchachos hasta 500 y aumentar los gastos, la cofradía retiró su compromiso, pero prometió ayudar en lo que pudiese, lo que hizo con la presencia de algunos miembros como maestros.

En 1600 José recibió del embajador de España la propuesta de una canonjía en Sevilla, que rechazó diciendo: “He encontrado en Roma mejor modo de servir a Dios, ayudando a estos pobres muchachos; no lo dejaré por nada del mundo”.

Meses antes las escuelas de Santa Dorotea se habían trasladado a una nueva casita de alquiler cerca de la Piazza del Paradiso. Pero ya todas las casas resultaban pequeñas, y monseñor Vestri, secretario de Breves del Papa Clemente VIII, cede en alquiler, su propia casa, grande y espaciosa para albergar a los 700 niños de las escuelas, así como habitaciones para los sacerdotes y maestros colaboradores de Calasanz. Para la inauguración de la nueve sede, José intentó instalar una campanita, pero cayó desde gran altura fracturándose la pierna y la cadera. Este accidente le llegó a provocar dolores esporádicamente.

El propio Papa Clemente VIII se hizo cargo del alquiler de la casa. Los maestros de Roma lanzaron una campaña de desprestigio contra Calasanz, pues ellos cobraban. José decidió entonces exigir certificado de pobreza a los niños, firmado por los párrocos. En 1605 las Escuelas Pías se trasladaron al palacio Manzini. Al morir Clemente VIII, le sucede León IX, que muere a los 26 días y después es elegido Paulo V, que conocía bien a Calasanz y defendía su obra. Nombró al cardenal Ludovico torres, protector de las Escuelas Pías, destacándose por su generosidad. Las dificultades económicas eran muchas, pero a la larga la gran obra salía a flote. Aprovechando una oportunidad, Calasanz compra el palacio contiguo a la iglesia de San Pantaleón. Esta casa, después de cuatro siglos, siguió siendo la casa primera de la congregación y sede del padre general.

En 1617 el Papa emite un breve fundacional dando nombre a la institución de “Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías”. El 25 de marzo de ese año, en la capilla de las Escuelas Pías de Roma toman el hábito Calasanz y 14 compañeros.

Ya en 1619 los niños de las Escuelas Pías de San Pantaleón llegan a 1 500, por lo que inauguran un nuevo colegio en el barrio del Borgo ese mismo año.

Paulo V muere en 1621 y es elegido Gregorio XV. El año anterior Calasanz había terminado de escribir en Narni unas constituciones a solicitud del cardenal Giustiniani, que serían aprobadas en 1622. Se solicita del Papa la elevación de la congregación a la categoría de Orden de Clérigos Regulares, con votos solemnes. Es la última orden de votos solemnes de la Iglesia, bajo la protección de la Virgen María y el lema Piedad y Letras.

Calasanz dedica los años siguientes a la expansión de su orden: Savona, Liguria, Nápoles, Sicilia, Florencia… y fuera de Italia, en Nikolsburg, en el Sacro Imperio Romano Germánico, en 1631, en escuelas a las que asisten niños protestantes y judíos junto a los católicos.

Pero la cruz nunca falta en las obras grandes, y la vida de Calasanz no fue una excepción. Los problemas no vinieron de los enemigos de la Iglesia, sino desde dentro. Primero se inició por el descontento de algunos hermanos no clérigos. Los problemas más graves que harían de su vida un calvario vienen de cuatro personajes: dos escolapios: Mario Sozzi y Esteban Cherubini; el jesuita Pietrasanta y monseñor Albizzi. De ellos, el más maligno fue el primero, novicio a los 22 años y ordenado después sacerdote; en 1634, en Florencia, el conoce de un escabroso asunto que denuncia al Santo Oficio y que le llena de honra, pues se le considera en Roma como un héroe. A partir de entonces el padre Mario se dedica a denunciar a sus hermanos de comunidad hasta lograr restringir las facultades de Calasanz y ser nombrado así vicario general de la orden. Como visitador es designado el padre Pietrasanta SJ.

En 1642, con 86 años, José Calasanz fue detenido por el Santo Oficio y llevado preso por las calles de Roma. Todo por una falsa acusación del padre Mario Sosi y sus secuaces. Se le acusa de incapaz en el gobierno y de estar en posesión de documentos reservados.

La forma de gobierno del padre Mario hizo que pronto dimitieran los otros tres asistentes. Le gustaba vejar a Calasanz cuando éste lo corregía. Después de 15 años el padre Mario muere de lepra, no sin antes haber hablado con monseñor Albizzi y el con el padre Pietrasanta SJ a quienes pidió nombraran sucesor suyo al padre Esteban Cherubini para gobernar con plenos poderes, sin intervención del padre general (Calasanz), cuyas facultades estaban suspendidas por orden de Urbano VIII. Al ser conocido por el resto de la orden el nombramiento del padre Cherubini se multiplican los memoriales que llegan a los cardenales a fin de denunciar la insolvencia moral del religioso.

En Roma se creó una comisión de cardenales para ventilar el problema. Se redujo la orden a simple congregación sin voto, cuyo gobierno, destituido Calasanz, quedaba en manos de los obispos. Además, se prohibía la profesión de los novicios y admitir nuevas vocaciones. El decreto lo firmó Inocencio X y se leyó en el oratorio de la casa de San Pantaleón. Tras la lectura se oyó clara la voz de Calasanz: “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Como plugo al Señor así se hizo, bendito sea su nombre”. Curiosamente, durante 1647 mueren el padre Pietrasanta y meses más tarde el padre Cherubini, ambos de lepra.

Pero no caigamos en la tentación de ver en esto un castigo de Dios. También los buenos sufren desgracias.

Ya de 91 años, José de Calasanz no se desanimó, porque se sintió movido por la fe y no pretendió la propia gloria, sino el bien de los muchachos. Utilizó su sabiduría e influencia para aplacar los ánimos y conducir a la reconciliación. Gracias a su santidad y a su temperamento natural de educador, mantuvo firmes a los suyos y alentó a los jóvenes adultos. El primero de agosto de 1648 celebró su última misa. Al día siguiente asistió a la misa de los niños y recibió la comunión. Esta escena fue imaginada y representada por el genial pintor aragonés Goya en su cuadro Última comunión de San José de Calasanz. El 25 de agosto de 1648, después de varios días de debilitamiento y tras decir tres veces “Jesús”, expiró.

El 26 de agosto, al llegar a sus escuelas, más de mil niños fueron informados de que no había clase por la muerte del padre José. Ellos fueron los heraldos por sus casas y por toda Roma. Multitudes acudían a ver el cuerpo del anciano fundador. Hubo aquel día ocho casos de curaciones milagrosas. Ante el crecido número de gente, los escolapios decidieron enterrar el cuerpo por miedo a un tumulto.

Muerto Inocencio X le sucedió Alejandro VII, quien subsanó la injusticia cometida con la obra de Calasanz, que fue elevada a congregación de votos simples en 1656, casi ocho años después de la muerte del santo. En 1669, el nuevo Papa Clemente IX devolvió a la orden su anterior consideración (orden, con votos solemnes).

José de Calasanz fue beatificado en 1748, (en el centenario de su muerte) por Benedicto XIV y canonizado por Clemente XIII en 1767.

Hoy los escolapios están en 28 naciones, con 221 casas y cerca de 1 600 religiosos. Han proporcionado a la Iglesia santos sacerdotes, insignes educadores, científicos, literatos, etcétera.

CONCLUSIÓN

La vida de san José de Calasanz nos enseña a buscar en todo la gloria de Dios y no la propia, que con frecuencia inconscientemente buscamos. Las obras más queridas pueden fracasar, pero ello no debe turbarnos, aunque sea por intrigas humanas.

También nos enseña que la santidad fundamental de la Iglesia no disminuye por los pecados de sus miembros. En la Iglesia subsisten el trigo y la cizaña. Los que más daño hicieron al santo fueron religiosos, incluso dos de su propia orden.

Y las autoridades eclesiásticas actuaron con ligereza al aceptar calumnias sin verificarlas, lo cual ha sucedido varias veces en la historia eclesiástica.

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