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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

viernes, junio 13, 2008

AURELIO ÁNGEL BALDOR (1906-1978)

Algebra Baldor
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Hola Todas y Todas:

Para todos mis ex-compañeros y ex-compañeras del Colegio Calasanz de Managua, que recibimos clases de matemáticas con la Prof. Erlinda Tenorio, sobre los casos de factorización (8 casos).

Acá adjunto les envío un mensaje, que me hizo pensar, meditar, recordar y que también me produjo congoja; este es el autor de los libros de matemáticas Baldor (básicos para nuestra enseñanza cuando era unos niños y adolescentes), un cubano, ya fallecido; tiene un fuerte contenido político. Espero que lo lean con detenimiento.

Saludos; y un feliz semana, y a disfrutar de la Eurocopa 2008.
FPP

FPP gracias por este mensaje. Me encantó saber el origen del autor del Algebra de Baldor. Qué increíble todo lo que hizo por Cuba y por todos los que tuvimos el lujo de recibir una buena educación a través de su libro. Dios lo bendiga, bendiga a su familia, bendiga a Cuba y bendiga ahora a Nicaragua, con todos los fenómenos naturales y humanos que nos siguen cayendo… ustedes pónganle los nombres que quieran.

Abrazos a todos y en Dios confiemos
MMM

FPP,que interesante la vida de Baldor. Que sabias las palabras de Winston Churchill al final que el socialismo reparte la MISERIA de una manera igualitaria.

¡Como nos convencieron a los nicaragüenses que Una revolución era la mejor manera de quitarse a Somoza!

Besos y abrazos,
MMn
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¿QUIÉN NO ESTUDIÓ EL ÁLGEBRA DE BALDOR?

Muchos latinoamericanos de distintas generaciones han utilizado por lo menos uno de los famosos libros de matemáticas de Baldor.

Este es un relato de la vida de este profesor de toda la América y de todos los tiempos. Baldor, cuyo nombre es inmediatamente relacionado con su principal libro, ha sido quizás el que más pasión ha despertado en los estudiantes de la secundaria y de bachillerato de toda Latinoamérica.

No nació en Bagdad como hasta hoy pensábamos muchos. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, Aurelio Ángel Baldor (1906-1978).

Un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel, para escribir un texto que desde 1941 apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica.

El Álgebra de Baldor es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia; lo es aún más que El Quijote de la Mancha.

Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de la madrugada, es por lo demás un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor no es el árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde Bélgica hasta Cuba sin tocar la tierra de Scherezade.

Daniel Baldor quien reside actualmente en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático, es inversionista, consultor, hombre de finanzas y además quien vivió directamente el drama que se ensañó con su familia en los días de la revolución de Fidel Castro junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana que los acompañó durante más de cincuenta años.

Él nos narra una síntesis de esa historia.

"Aurelio Baldor (mi padre) era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3 mil 500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado. "Fue un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y se pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con números“.

Recuerda Daniel y evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja.

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones.

La casa aún existe y la administra el Estado totalitario cubano. Hoy es y hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el "Che" Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya en el mismo barrio.

"Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel.

"Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después en el exilio". “Además era masón”, cosa que entonces creía incompatible y me creaba muchísimas confusiones. Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista tomaron La Habana.

No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del colegio.

"Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro, pero ya estaba planeando otra cosa", recuerda Daniel. Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo.

Solo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después, aparentemente la familia Baldor se quedó sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre.

"Nos vamos de vacaciones para México", nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos.

Muchos años después, fue mi madre que confesara que la dedición se precipito por las advertencias de sus hermanos de logia.

"Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo", dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio.

El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor.

Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses.

Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues 12 años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero que obtuvo de ello en su escuela y en su país.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial.

Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público.

Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza.

El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso.

La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros".

La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea.

Ningún niño nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor construyó para sus compatriotas.

Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey, gracias por cierto a sus hermanos masones americanos.

Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: uno profesor de literatura, dos ingenieros, uno inversionista, dos administradores y una secretaria.

Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días.

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza.

Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta.

Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí.

El exilio le supo a jugo de piña verde.

"Mi padre se murió con la esperanza de volver", asegura su hijo Daniel.

El autor del Álgebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, había terminado con su salud. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron "la nostalgia y el destierro".

Gentileza de Felix Pastora

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