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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

sábado, mayo 17, 2008

RETOS DE AMÉRICA LATINA

Juan Jaime Escobar Valencia, Escolapio
Provincial de Colombia-Ecuador
Navegar Juntos
Nº 67, abril de 2008
Primera quincena

A los escolapios en América Latina

A pesar de la reducción de nacimientos, América Latina sigue siendo un continente niño y joven. Han de pasar todavía muchos años para que lleguemos a las tasas de envejecimiento que sufre actualmente Europa. Esta realidad de un entorno niño y joven constituye el gran desafío que nuestra realidad latinoamericana plantea a la Escuela Pía. Estar en América Latina implica responder a los anhelos, las búsquedas y las angustias de los niños y jóvenes.

Aunque la realidad de la niñez y juventud es muy amplia, es posible identificar las siguientes realidades con los desafíos que éstas implican:

La soledad:
Muchos niños y jóvenes de hoy viven una gran soledad. El empobrecimiento de la familia en sus miembros, la decadencia del sentido y valor de la función parental y el creciente individualismo de los adultos, más pendientes de sí mismos que de los chicos, está condenando a los niños y jóvenes a verdaderos abismos de soledad. Los Escolapios como educadores, hemos de responder al desafío de la soledad. No podemos reemplazar un padre o una familia; pero sí podemos ofrecer un acompañamiento existencial, afectivo, espiritual y psicológico que, a través de la presencia, la escucha, el diálogo y la consejería, ayude a los niños y jóvenes a no sentirse abandonados a su suerte.

El sinsentido y la desesperanza:
La realidad actual ha planteado a los niños y jóvenes un futuro tenebroso no necesariamente ilusionante. Con el calentamiento global, la violencia, las guerras, las tensiones crecientes entre culturas, pareciera que el mundo que está por delante no ofrece posibilidades de alcanzar la felicidad. De esta realidad surge la tendencia pesimista en los niños y jóvenes, los estados depresivos, la pérdida de las esperanzas y ese resignarse a vivir el placer del momento inmediato. Frente a esta realidad, los Escolapios estamos invitados a sembrar en los niños y jóvenes un sentido de utopía. No podemos vivir la vida por ellos; pero podemos mostrarles lo fascinante que es lo que les espera y podemos invitarles a encontrar su lugar en la construcción de un mundo que, justamente por estar lleno de problemas, más los necesita.

La crisis de la autoestima:
Los niños y jóvenes de hoy viven en un mundo en el que los valores están fuera: se compran y se venden. Lo valioso es lo que se viste, lo que se exhibe, lo que se posee. Para colmo, unas relaciones humanas más empobrecidas, una pérdida de sentido utópico y la ausencia casi absoluta de conocimiento de la propia interioridad, ha llevado a muchos niños y jóvenes a creer que son valiosos por lo que tienen y no por lo que son. Lo anterior no sólo desencadena una sed desenfrenada de posesión de bienes, sino que degrada el valor personal, pues conlleva una pérdida del sentido de lo bello y hermoso que puede ser uno mismo.

Los Escolapios estamos llamados por estos niños y jóvenes de hoy a realizar con ellos una labor de revelación de su propia interioridad y del valor de sus propias vidas. Si bien no es fácil llegar al corazón de los chicos de hoy, eso no quiere decir que ellos no estén necesitados, urgentemente necesitados, de que alguien se acerque, no para utilizarlos, sino para ayudarlos a encontrarse y a descubrir dentro de sí el verdadero valor de la vida.

La ausencia de Dios:
Es obvio que vivimos en un mundo en el que cada vez se ha marginado y excluido más a Dios. Aunque lo anterior es común a muchos ambientes, las principales víctimas de la ausencia de Dios son los niños y jóvenes. Al fin de cuentas los adultos pueden convencerse a sí mismos de que sus posesiones, sus ocupaciones y sus ambiciones, son suficientes para llenar la vida; pero los chicos no tienen esa opción y, por ende, la fragilidad infinita por no contar con una presencia interior, les afecta mucho más. Los Escolapios estamos llamados a revelar a los niños y jóvenes el rostro de un amor que no traiciona, que los acompaña y llena su soledad, que les ofrece sentido y esperanza y que les revela en su interior, la verdad de su más grande valor: que son hijos amados y predilectos del Padre. No podemos poner a Dios en sus vidas, pues Dios es un descubrimiento personal; pero podemos anunciarlo con tanto gozo, que les mostremos el camino que lleva al encuentro del amor más alto y más dulce.

Deben ser muchos más los desafíos; pero para comenzar la andadura, creo que éstos son suficientemente intensos, urgentes y apasionantes. ¡Manos a la obra!, los niños y jóvenes de América Latina, esperan.

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