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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

jueves, marzo 13, 2008

INTRODUCCIÓN AL BREVE ¨AD EA PER QUAE¨

PAULO V (6 DE MARZO DE 1617)
Asiain, Lecea, Lesaga

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Introducción

Con el Breve pontificio Ad ea per quae del 6 de marzo de 1617 el Papa Paulo V re-cono¬ció oficialmente en la Iglesia la Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. La asociación de maestros seglares, creada en Roma diecisiete años antes por S. José de Calasanz, se transformaba así en Congrega¬ción Religiosa; su fundador era nombrado Prefecto de la misma y de las escuelas, dándo-le facultad para elaborar unas Constituciones.

Antecedentes históricos

El documento hay que colocarlo al final del camino que recorre Calasanz desde el Instituto secular educativo de las Escuelas Pías hasta el nacimiento de la Congrega¬ción Paulina, Instituto Religioso vinculado con votos.

El proceso seguido por Calasanz para crear primero la Hermandad secular y luego la Congregación de las Escuelas Pías no fue corto ni se vio libre de las dificultades co-mu¬nes a cualquier comienzo. En este proceso podemos distinguir tres etapas o pe-ríodos más o menos diferenciados:

el primero
va desde las escuelas en la parroquia romana de Santa Dorotea hasta el comienzo de la vida común de los maestros en el palacio Vestri;

el segundo
desde este momento hasta la compra de la casa adjunta a la iglesia de San Panta¬león, y

el tercero
arranca desde el trienio de unión con la Congregación de la Madre de Dios, fundada en Lucca por S. Juan Leonardi el año 1574 y, por ello, también llamada Congrega¬ción luquesa. Dicha Congregación fue aprobada por Clemente VIII en 1595, pero no tenía aún el rango de Orden religiosa.

A finales de 1597 o a comienzos de 1598,
Calasanz da su nombre y colaboración a las escuelas que ya existían de algún modo y con marcada intención catequética en Santa Dorotea, atendidas por los miembros de la Cofradía de la Doctrina cristiana. Allí trabajó para que dichas escuelas resulta¬ran verdaderamente populares y eficaces luchando asiduamente por garantizar para ello la continuidad de los maestros.

Durante el mes de agosto de 1600
estas mismas escuelas se trasladaron dentro de la ciudad, junto a una posada lla¬mada Paradiso cercana a la iglesia de Sant’Andrea della Valle, regentada hasta hoy por los PP. Teatinos. Aquí las escuelas adquirieron una fisonomía más estable, lle¬vando Calasanz una dirección más autónoma bajo la dependencia todavía de la Co-fra¬día de la Doctrina cristiana. La total independencia se produjo al cabo de un año, cuando la citada Cofradía cortó las ayudas a las escuelas. A partir de este mo¬mento las escuelas comenzaron a llamarse «pías», es decir, populares o gratuitas, y los maestros, «hermanos u operarios de la Congregación de las Escuelas Pías de Ro-ma».

Parece estar históricamente probado que ya a partir de 1603
los «operarios de las «Escuelas Pías» adoptaron un modo peculiar de vida en co¬mún. Cuatro años más tarde, Calasanz logró de Paulo V el primer Cardenal Protec¬tor de su obra en la persona del Cardenal Torres. Muerto éste, nombré como suce¬sor el 12 de enero de 1613 al Cardenal Benito Giustiniani, Meses antes las escuelas habían encontrado sede definitiva en una casa contigua a la iglesia de San Panta¬león, comprada por 10.000 escudos de plata a la señora Victoria Cenci de Torres.

Conseguida la estabilidad de unos locales y consolidada favorablemente la obra de las escuelas, Calasanz, que contaba ya 56 años, el Cardenal Giustiniani y algunos amigos íntimos de Calasanz como los Carmelitas Descalzos PP. Domingo Ruzola y Juan de Jesús y María, comenzaron a desarrollar en común una serie de gestiones para asegurar en el futuro la continuidad y expansión de las Escuelas Pías. Una vía natural, jurídicamente hablando, hubiera sido el reconocimiento de las Escuelas Pías como nueva Orden religiosa. En un primer momento Calasanz no atendió a esta so-lu¬ción llevado quizá por dificultades casi insuperables que cualquier intento de este tipo recibía por parte de la Santa Sede, opuesta a la fundación de nuevas Orde¬nes. También pudo contar la dificultad personal del mismo Calasanz, casi sexage¬nario, no sintiéndose preparado ni dispuesto a imponer a sí mismo y a sus colaboradores tal modalidad de vida, debiendo ser él precisamente quien la iniciara y modelara. Sea cual fuere la causa de lo anterior, lo cierto es que se buscó otro plan: confiar las Es-cuelas Pías a una Congregación ya existente, la Congregación de la Madre de Dios. La idea concreta de unión parece haber nacido del P. Juan de Je¬sús y María, del P. Ruzola, del Cardenal Mellini o del mismo Cardenal Protector y se supone que con la anuencia de Calasanz. El proyecto agradó también al P. General de la Congregación luquesa, P. Alejandro Bernardini.

Calasanz buscaba en el proyecto estabilidad jurídica y humana para su obra enco-men¬dándola a una Congregación religiosa; los luqueses albergaron la espe¬ranza de ver convertida su propia Congregación en Orden Religiosa al aumentar el número de sus miembros y verse más necesario el Voto solemne de pobreza. Hay quien opina que sólo en el primer momento de la unión y no con anterioridad surgió la persua-sión de la necesidad de constituirse en Orden Religiosa para poder ordenar sacerdo-tes a título de pobreza. De otro modo no cabía esperar que hubiese quienes, siendo propietarios de bienes, aceptaran dedicarse gratuitamente a la enseñanza de los niños pobres. Las dificultades nacidas de fines tan diversos no contaron mucho en los primeros momentos. Así, en el mes de noviembre de 1613, se llegaba a un acuerdo sobre algunos puntos: permanencia de Calasanz en el cargo de Prefecto de las escuelas hasta su muerte; libertad para los actuales «operarios de las Escuelas Pías» de seguir con su estilo de vida secular, no así para los que ingresaran después quienes tenían que aceptar ya las Constituciones de la Congregación de la Madre de Dios; admisión de niños pobres solamente en las escuelas de Roma, sin urgir lo mismo fuera de la ciudad; enseñanza por caridad y amor de Dios sin afán de sueldo u honorario alguno; mantenimiento de las actuales Constituciones de la Congrega¬ción luquesa, derogando sólo aquel punto donde se prohibía enseñar a sus miem¬bros, y del nombre de Congregación de la Madre de Dios.

Presentadas estas bases a la Santa Sede a finales de noviembre de 1613,
Paulo V, tras haberlas aprobado previamente, firmó el Breve Inter pastoralis officii curas con fecha 14 de enero de 1614, documento por el que la Congregación de la Madre de Dios se hacía cargo en el futuro del Instituto de las Escuelas Pías. La unión, a pesar de todo, nació rodeada de cierta ambigüedad que la hizo práctica¬mente ineficaz desde el principio. Efectivamente, en la práctica la unión venía con-ce¬bida en forma experimental y no de manera definitiva. Por otra parte, Cala¬sanz y sus colaboradores continuaron viviendo bajo su antiguo Reglamento como sacerdo-tes seculares y no abrazaron por el momento la vida religiosa. Se crearon así como dos bandos en la nueva Congregación: los luqueses que prefirieron conti¬nuar su an-tigua dedicación a la predicación y administración de sacramentos y los «operarios de las escuelas», con Calasanz a la cabeza, que pretendían mantener como lo más importante la docencia.

A esta discrepancia sobre la dedicación específica de la nueva Congregación se aña¬dió cierta polémica en torno a la pobreza: Calasanz y el P. Pedro Casani, que era lu-qués, querían suma pobreza; la mayoría de los luqueses, quienes en su antigua Congregación no habían hecho voto de pobreza, no miraban con buenos ojos todo el asunto. Se impuso la mediación del P. Bernardini quien consiguió la adhesión de la gran mayoría de sus compañeros a una fórmula de pobreza muy cercana a la de Ca-la¬sanz (ASchP 6 (1979) 226).

La ambigüedad práctica a la que hemos aludido o quizás la provisionalidad admitida por el documento de unión fue aprovechada por Calasanz como espacio y tiempo para llevar adelante su experimento: calibrar hasta qué punto la unión aseguraba la continuidad de las escuelas cuando él desapareciera. Si la cosa funcionaba, podría o transformar la Congregación de la Madre de Dios en Congregación de las Escuelas Pías, o bien preparar un nuevo ensayo donde la esencia e imagen de su Instituto, liberado de los vínculos de la unión, quedaran más garantizados.

Ciertamente las finalidades de las partes contratantes difirieron mucho entre sí. Ca-la¬sanz fue a la unión con la esperanza y la intención de que la nueva Congrega¬ción asumiría en breve el Instituto de las Escuelas Pías como misión principal y que, de este modo, las Escuelas se consolidarían con seguridad para el futuro. Con esta misma idea, el P. Juan de Jesús y María se prestó al momento ante los ruegos de Calasanz y las instancias del mismo Papa Paulo V a delinear un Proiectum con las orientaciones y deberes docentes de la nueva Congregación. El Proiectum, sin em¬bargo, nada consiguió respecto a que los miembros de la antigua Congregación lu¬quesa asumieran el Instituto de las Escuelas Pías como principal obligación y minis-te¬rio. Otros intentos parecidos también fallaron. Sirvieron, a pesar de todo, para que quedara constancia del proyecto de Calasanz, cada vez más clarificado y refor-mulado en su lucha para que fuera asumido por la otra parte. Para probarlo, basta leer la fórmula que él pretendía fuera aceptada por la Congregación de Lucca y que en realidad más tarde —con sólo poquísimos retoques— constituyó el ideario de la nueva Congregación Paulina contenido en el Breve Ad ea per quae (Eph Cal IV (1935) 57-58 y 99-101).

Las discrepancias aumentaron cuando, al poco tiempo, las esperanzas de los luque¬ses quedaron frustradas no sólo en lo relativo a su reconocimiento como Orden Reli¬giosa, sino también respecto al voto simple de pobreza no permitiéndoseles la Or-dena¬ción sacerdotal con ese título, sino a título patrimonial como hasta el pre¬sente. De todas formas, lo que más creó división a medida que iba pasando el tiempo fue el deseo innato de las partes por conservar su especificidad fundacional.

Desilusionada poco a poco la Congregación luquesa, fácilmente descuidó el trabajo escolar, cuya aceptación, repleta de sacrificios, no le había reportado ninguna ven¬taja de las previstas. Calasanz, preocupado por el deterioro de la marcha escolar, presentó un memorial a Paulo V (Bau, 343-344; Eph Cal XXIX (1960) 201-202) pa-ra que interviniera imponiendo a los luqueses la tarea educativa de modo exclu¬sivo o nombrara una comisión cardenalicia que determinara la manera de compagi¬nar el trabajo escolar con el ministerio sacerdotal. El Papa encomendó el asunto a los Car-denales Giustiniani, Bichi y Lancellotti. La Comisión cardenalicia juzgó que el princi-pal deber de la nueva Congregación de la Madre de Dios era en adelante ejer¬cer la docencia, sin exclusión de las ocupaciones pastorales de otro tipo.

En los primeros meses de 1616
tuvieron Capítulo los luqueses, en el que discutieron extensamente todo el asunto de la unión. Al final se aceptó una fórmula compuesta en común por Calasanz y los PP. Casani y Bernardini. La fórmula capitular debió ser presentada inmediatamente al Papa por la Comisión cardenalicia o por el Cardenal Protector, pero por circuns-tan¬cias todavía no suficientemente claras no fue así. En ella se reconocía que el ins-tituto principal de la Congregación eran las Escuelas Pías.

La noticia del acuerdo causó gran tumulto entre los PP. de Lucca, quienes, al ente¬rarse, concentraron todas sus fuerzas para impedir que tuviera eficacia alguna la decisión tomada. Dos hechos concretos que se produjeron por esas fechas parecie¬ron dar a entender que la ruptura era ya un hecho: los luqueses aceptaron por su cuenta la dirección del Seminario de Lucca y el ser los confesores oficiales de las monjas de Tor di Specchio en Roma; Calasanz, a su vez, sin contar con ellos y bajo el pretexto de obedecer a una petición del Papa —lo cual era verdad— abrió escue¬las en Frascati con la colaboración de Glicerio Landriani y del P. Gaspar Dragonetti. Este paso de Calasanz, dado cuando aún duraban las conversaciones para mantener la unión, aunque no significaba la ruptura definitiva, demostraba claramente su pro-pó¬sito firme de salvar a cualquier precio las Escuelas Pías. Los objetivos del pro¬yecto de encomendarlas a la Congregación luquesa para asegurar su continuidad en el momento de su muerte, poco a poco iban quedándose frustrados. Tanto Calasanz como los amigos que aconsejaron este camino empezaron a ver claramente que es-ta meta principal apenas si podría obtenerse nunca.

Visto lo cual, se esforzaron ya en plantearlo todo a la autoridad competente para que el Instituto de las Escuelas Pías pudiera mantenerse autónomamente sin el res¬paldo requerido a la Congregación de la Madre de Dios.

A finales de 1616
Calasanz hizo llevar otro memorial a Paulo y (EP II, 49-50), implorando su interven¬ción para que los luqueses se decidieran por una de las partes de la alternativa si¬guiente: o aceptar la fórmula capitular, poniéndola fielmente en ejecución, o rescin¬dir su apoyo a las Escuelas Pías. No mucho más tarde, el P. Bernardini, visto el re-sul¬tado negativo de sus últimos esfuerzos por llevar adelante el proyecto, mani¬festó a Calasanz que ya no había otra salida que la separación. Al momento Cala¬sanz co-municó esta noticia al Cardenal Giustiniani y al P. Domingo Ruzola. Giusti¬niani, des-pués de sondear largamente a Calasanz y consultar al P. Domingo y al Car¬denal Co-belluti, secretario de Breves, expuso a Paulo V toda la cuestión con claridad.

El Papa finalmente determinó revocar el Breve con que había encargado el cuidado de las Escuelas Pías a la Congregación de San Juan Leonardi junto con todos los pri-vi¬legios concedidos en atención a dicha unión.

Importancia y significado

Devueltas las Escuelas Pías a su inspirador, el problema de su continuidad quedaba sin resolver. Paulo V, aconsejado por los Cardenales Giustiniani y Cobelluti, decidió instituir una Congregación nueva con solo el Instituto de las Escuelas Pías, man¬dando que nadie fuera de los religiosos de dicha Congregación pudiera enseñar a los niños con ese título y concediendo a los luqueses veinte días de plazo para que pu-die¬ran pasarse a las Escuelas Pías cuantos lo desearan «movidos por el fervor de la caridad».

La determinación papal suponía la aceptación del estado religioso por parte de Cala¬sanz y sus colaboradores. No es posible históricamente fijar cuándo Calasanz se pro¬puso crear una nueva Congregación que asumiera lo que los luqueses no quisie¬ron aceptar como tarea específica de la suya, es decir, la continuidad de las Escuelas Pías. Quizás cuando vio que ésta no podría lograrse de otro modo. El Papa Paulo V, los Cardenales Protectores de su obra, sus amigos, habían ayudado mucho a Cala¬sanz hasta ese momento. Hay que pensar que también en este paso decisivo influ-ye¬ran sobre él. Pudo bien suceder que, sin la ayuda del P. Ruzola y del Cardenal Giustiniani y la solicitud de Paulo V, nunca viera la luz la Congregación Paulina de las Escuelas Pías. No obstante, la pieza clave fue Calasanz: de la misma manera que al principio aceptó la dirección y el peso de las escuelas tan sólo cuando entendió que ningún otro podía o quería tomarlos, así ahora aceptó ser fundador religioso al en-ten¬der, aconsejado por sus amigos, que no existía otro camino para estabilizar las escuelas que la nueva Congregación Religiosa.

Tomada la decisión por Paulo V de instituir en la Iglesia la nueva Congregación de las Escuelas Pías, había que pergeñar su forma y condiciones de vida. El Cardenal Giustiniani propuso al Papa seis puntos, tomados de la fórmula que Calasanz quiso fuera asumida por el Capítulo General de los luqueses en 1616. Paulo V aprobó y ratificó cuatro de los seis casi sin cambio alguno, rechazando los otros dos. A partir de ahí, ordenó componer el Breve fundacional de la Congregación Paulina de la Ma¬dre de Dios de las Escuelas Pías. El Breve fue revisado y firmado por el Papa el 15 de febrero de 1617, siendo promulgado el día seis de marzo del mismo año.

Por fin, sobre el fundamento jurídico del Ad ea per quae, Carta Magna de las Escue¬las Pías, surgió la nueva Congregación Religiosa. Con él se obtuvo, en lo esencial, el respaldo jurídico para asegurar la perpetuidad del Instituto y para atender a la per-fec¬ción personal de los maestros, ahora religiosos.

Fuentes

Vista la trayectoria histórica del Breve, no es difícil individuar las fuentes documen-ta¬les donde está inspirado. Lo hacemos ahora expresamente buscando sobre todo mostrar la genuina voluntad del Fundador y la finalidad específica del Instituto reli-gioso por él creado.

Consta manifiestamente que el Breve Ad ea per quae y con él todo el fundamento pedagógico de la Congregación Paulina se inspiró en la fórmula compuesta por Cala¬sanz y los PP. Casani y Bernardini y destinada a mentalizar en este punto a los reli-gio¬sos de la Congregación de la Madre de Dios para que aceptaran como ministe¬rio principal el cuidado de las Escuelas Pías.

En consecuencia, los «autores» del Breve son: Calasanz, con las aportaciones del P. Ruzola, en lo pedagógico-escolar; en lo referente a la pobreza, el P. Pedro Casani, valioso apoyo de Calasanz en este punto dentro de la Congregación luquesa; el Car-de¬nal Giustiniani, en lo jurídico y, finalmente, el mismo Paulo V que no aprobó de todo lo que se proponía, sino que suavizó algunas cosas como se verá en el apar¬tado siguiente al exponer sumariamente el contenido del Breve.

Sumario

A la hora de establecer la futura forma de vida y de trabajo en la nueva Congrega¬ción Paulina, el Cardenal Giustiniani, quien anteriormente había tratado todo el asunto con Calasanz y sus amigos, propuso al Papa seis puntos orientativos. De los seis, cuatro fueron aprobados y asumidos en la letra del Breve.

El primero
trata de los tres Votos simples y describe minuciosamente la naturaleza y conteni¬dos de la pobreza de la nueva Congregación (n.° 3). Una de las causas de la sepa-ra¬ción de los luqueses, aunque no la más importante, había sido el no llegar a un acuerdo claro sobre la pobreza, a pesar de haberse redactado una fórmula y haber sido suscrita prácticamente por todos ellos (ASchP 6 (1979) 216). La pobreza suma era exigida siempre por razones sociales y pedagógicas.

El punto segundo
impone la enseñanza gratuita y señala las materias que se deberán enseñar a los niños, las cuales no podrán rebasar la gramática (n.° 3). Por lo que respecta a la enseñanza totalmente gratuita el Breve no admite duda alguna al respecto, pero no ordena expresamente que en las Escuelas Pías se enseñe a niños pobres. Cabe no¬tar cierta evolución de Calasanz en este punto ya desde 1613-14. Durante estos años quería que en las Escuelas Pías se admitieran niños pobres solamente, com-pro¬bados, incluso, con serio examen cada uno de los casos. Dicho rigor desapa¬rece en 1616-17: ni los memoriales escritos para obtener el Breve, ni el mismo Breve determinan categóricamente la cuestión. El Breve sólo indica que las Escuelas Pías deben estar abiertas ante todo a los niños pobres (n.° 2).

El punto tercero prohíbe
la creación de nuevas Casas sin escuelas a excepción de los noviciados.

El cuarto
concede al Prefecto de las Escuelas Pías y a su Curia el derecho y facultad de elabo¬rar nuevas Constituciones y Leyes, Estatutos, etc. que deberán ser aprobados en su día por la Santa Sede.

El Ad ea per quae manda que las Escuelas Pías no se extiendan más allá de veinte millas en torno a Roma (n.° 3). También reduce el ámbito de la enseñanza, dado que según la fórmula propuesta los escolapios deberían enseñar la filología, mien¬tras que el Breve sólo permitió la gramática.

Finalmente,
el Breve, tras recorrer la historia más reciente de las Escuelas Pías, anula el anterior de 1614 por el que la Congregación de la Madre de Dios asumía sobre sí la marcha de las escuelas (n.° 2), creando la nueva Congregación Paulina.