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lunes, enero 28, 2008

UN JESÚS IRRECONOCIBLE.

Reflexiones a propósito del libro de J.A. Pagola, Jesús. Aproximación histórica
(PPC, Madrid 2007)
JOSÉ RICO PAVÉS
Director del Secretariado
Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (CEE)

La exitosa propaganda de la Editorial PPC (del Grupo Editorial SM), presenta el último libro de J.A. Pagola sobre Jesús de Nazaret como «un relato vivo y apasionante» de su actuación y mensaje «que, partiendo del estado actual de la investigación, lo sitúa en su contexto social, económico, político y religioso desde los datos más recientes».

Es innegable que la obra posee numerosos aspectos atractivos, como son la motivación de fondo, la claridad narrativa, la manera “actual” de designar a Jesús, o la abundantísima bibliografía empleada. La lectura atenta de este libro descubre, sin embargo, numerosos puntos objetables.

Revisión de la enseñanza sobre Jesús

Mediante el recurso a la “investigación histórica”, el autor traza un programa integral de revisión de la enseñanza de la Iglesia sobre Jesús. Una vez que a nivel metodológico se ha aceptado (que no justificado) la ruptura entre la fe y la historia, se propone solapadamente una revisión integral de la fe desde una historia supuestamente mejor asentada. El resultado es un “Jesús” no identificable con “Cristo”, es decir, un Jesús que no puede ser ya reconocido ni en la fe, ni en la celebración, ni en la vida de la Iglesia.

La cuestión decisiva de toda la obra es la respuesta que el autor da a la pregunta inicialmente formulada: ¿Quién es Jesús? Desde lo que el autor llama “investigación histórica”, la respuesta que Pagola ofrece es clara: Jesús es el profeta que proclama con pasión la llegada del reino de Dios» (p. 80); «el profeta del reino de Dios» (p. 155), «el profeta de la compasión de Dios» (p. 333), «profeta admirable que [los discípulos] han conocido en Galilea» (p. 450). Para el autor, el Jesús «que está en el origen de su fe», el que realmente aconteció en la historia, es, ante todo, un profeta. Los capítulos 3º (“Buscador de Dios”) y 11º (“Creyente fiel”) son muy esclarecedores. Ciertamente, el autor comienza su obra afirmando que «Jesús es la encarnación de Dios», el «hombre en el que Dios se ha encarnado» (p. 7). Esas afirmaciones aparecen también al exponer lo que los seguidores de Jesús, una vez resucitado, exponen sobre Jesús. Para Marcos, Jesús es la “la Buena Noticia de Dios, Mesías e Hijo de Dios» (p. 436). Para Mateo, Jesús es «el verdadero “Mesías”», el “Emmanuel” (Dios con nosotros) (p. 437). Para Lucas, Jesús es el “Salvador”, el “Mesías”, el “Señor” (p. 438). Para Juan, «Jesús no es sólo el gran Profeta de Dios. Es la “Palabra de Dios hecha carne”, hecha vida humana; Jesús es Dios hablándonos desde la vida concreta de este hombre»; «el gran regalo que Dios ha hecho al mundo para que todos encuentren en él la salvación» (p. 439). La gran dificultad que ofrece la aproximación de Pagola estriba en la ruptura señalada entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. La aproximación histórica presenta a Jesús como el hombre «buscador de Dios», no como Dios al encuentro del hombre; «el creyente», cuya experiencia de fe, ofrece aspectos novedosos de Dios, y no Aquel que por ser uno con el Padre reclama que crean en Él. Que Jesús sea Hijo de Dios es una consideración «de carácter confesional» (p. 303). La respuesta a la pregunta “¿Quién es Jesús?” «solo puede ser personal» (p. 463). La “aproximación histórica” del autor da más importancia a la opinión que a la verdad revelada (cf. Mt 16, 13-16), en definitiva porque para él, la primera es más probable históricamente que la segunda. Presentado Jesús principalmente como un profeta, no extraña el silencio sobre su concepción virginal, la afirmación sobre los “hermanos” de Jesús en sentido propio y real, la negación de su conciencia filial y mesiánica, la explicación meramente natural de las curaciones y exorcismos, o el vaciamiento del lenguaje salvífico.

En segundo lugar, aparece con igual claridad cuál ha sido para el autor el empeño fundamental de Jesús: «despertar la fe en la cercanía de Dios luchando contra el sufrimiento» (p. 175). El rasgo principal de Dios mostrado por Jesús ha sido la compasión. El reino de Dios se identifica con «la derrota del mal, la irrupción de la misericordia de Dios, la eliminación del sufrimiento, la acogida de los excluidos en la convivencia, la instauración de una sociedad liberada de toda aflicción» (p. 175). La muerte de Jesús no ha sido redentora. No se emplea el lenguaje de la redención. Ese lenguaje sería posterior y no respondería a lo históricamente acontecido. Por eso, aunque se hable extensamente de compasión, ésta no pasa de ser un sentimiento noble (nobilísimo ciertamente) tenido con los más desfavorecidos, pero no es, en sentido estricto, un padecer con ellos y por ellos, en favor y en lugar de ellos. Así, la compasión cristiana se vacía de su contenido originario. La consecuencia a la que lleva la enseñanza de Pagola es dramáticamente clara: las heridas de Cristo no nos han curado (cf. Is 53, 5); su compasión no nos ha liberado verdaderamente ni del sufrimiento ni del pecado; carece de fundamento en Jesús la posibilidad de unir el propio sufrimiento al suyo.

En tercer lugar, es muy significativo el silencio del autor sobre la realidad del pecado. La razón está en la contraposición establecida entre Juan el Bautista y Jesús: la misión del primero «está pensada y organizada en función del pecado... Por el contrario, la preocupación primera de Jesús es el sufrimiento de los más desgraciados» (p. 174).

Eso explica que para el autor, Satán sea un símbolo del mal (p. 98), «la personificación de ese mundo hostil que trabaja contra Dios y contra el ser humano» (p. 98). Para Pagola, hablar de “Satán” es una forma mítica de simbolizar toda forma de mal. De ello se deduce también el modo en que el autor entiende el perdón. «A estos pecadores que se sientan a su mesa, Jesús les ofrece el perdón envuelto en acogida amistosa. No hay ninguna declaración; no les absuelve de sus pecados; sencillamente los acoge como amigos» (p. 205). La conversión es irrelevante (porque “el perdón es gratuito”) y las “declaraciones” de perdón de los pecados por parte de Jesús, no se consideran auténticas, porque en esas fórmulas «Dios aparece como un “juez”» (p. 206), y no es eso lo que Jesús revela con su “perdón-acogida”. Jesús habría practicado un “perdón - acogida”, pero no un “perdón - absolución”. Cuando el pecado deja de ser visto como rechazo del amor de Dios –tal como sucede al autor-, no se percibe tampoco el significado del perdón, y se considera compatible la acogida de Jesús (ofrecimiento gratuito de su amor) con el ser y seguir siendo pecador (rechazo efectivo de su amor).

Por más que se hable de acogida, al final el autor se aproxima más a una “acogida impuesta”, que hace irrelevante la respuesta libre del hombre.

En cuarto lugar, hay una tendencia clara a presentar el contexto de Jesús en conflicto dialéctico (lucha de clases), para subrayar mejor la dimensión social de su actividad.

Para Pagola, la pobreza de la que hablan las bienaventuranzas no es una categoría moral, ni una actitud personal, sino, en sentido estricto, una categoría social: la pobreza la padece quien sufre injusticias en el orden social. «Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente» (p. 103). «Cuando Jesús habla de los “pobres” se está refiriendo a los que no tienen nada: gentes que viven al límite, los desposeídos de todo, los que están en el otro extremo de las élites poderosas» (p. 181). El problema no está en señalar con vigor la injusticia subyacente a la pobreza material, sino en encerrar el mensaje de las bienaventuranzas en un horizonte exclusivamente terreno.

En quinto lugar, las afirmaciones sobre el grupo de seguidores de Jesús son también sorprendentes. No fue su intención crear un grupo organizado y jerárquico, sino que quiso poner en marcha un movimiento de hombres y mujeres, salidos del pueblo y unidos a él, «para que ayuden a los demás a tomar conciencia de la cercanía salvadora de Dios» (p. 269). En este movimiento no hay intermediarios, ni diferencias jerárquicas entre varones y mujeres. «Jesús ni pudo ni quiso poner en marcha una institución fuerte y bien organizada, sino un movimiento curador que fuera transformando el mundo en una actitud de servicio y amor» (p. 292). En esta misma línea, no sorprende que la última cena se presente como una solemne cena de despedida, con gestos simbólicos, cuya finalidad es que sus seguidores le recuerden en el futuro.

En sexto lugar, contradice frontalmente la enseñanza de la Iglesia, negar el carácter “histórico” de la resurrección. Aunque Pagola admite que es un hecho “real”, para él, no ha dejado su huella en la historia, sino en el corazón de los discípulos. Expresamente el autor niega la continuidad entre el cuerpo crucificado y muerto, y el resucitado (cf. p. 433). Aunque afirma que la resurrección es algo que le pasa a Jesús, se niega la referencia a su cuerpo real y se explica como la convicción de los discípulos de que “Dios le ha llenado de vida”, sin que se explique qué quiere decir con eso.

Disenso sutil y dañino

Pagola comienza su obra indicando que escribe desde la Iglesia católica. Sin embargo, atendiendo a las observaciones señaladas, se puede decir que el autor se mueve dentro de un disenso más sutil: rehuye la confrontación formal con la enseñanza de la Iglesia, pero destruye los fundamentos bíblicos e históricos de esta enseñanza. El autor sabe acudir a expresiones que evocan propuestas fundamentales de la doctrina católica para sugerir solapadamente que carecen de fundamento histórico en Jesús.

Como ejemplo se pueden citar, la oposición entre el mensaje de Jesús, la moral y la religión; entre “perdón-absolución” y “perdón-acogida”; entre compasión y santidad; entre el Bautista (preocupado por el pecado) y Jesús (preocupado por el sufrimiento); la presentación de las curaciones y exorcismos como ejercicios de terapia (“sentirse bien”) sin referencia a una intervención de tipo sobrenatural; la banalización del perdón toda vez que la decisión libre del hombre es irrelevante; la descripción de la comunidad de Jesús como una «comunidad sin dominación masculina y sin jerarquías establecidas por el varón» (p. 225); la afirmación de que Jesús no quiso poner en marcha una institución, sino un movimiento; la negación de la conciencia que Jesús tenía de su identidad y de su misión; la última cena entendida como mera cena de despedida; la falta de sentido redentor y expiatorio de la muerte de Jesús, etc. Este modo de proceder es mucho más dañino que el disenso abierto, pues no se trata de la negación de tal o cual aspecto, sino de la deslegimitación total de la enseñanza de la Iglesia al carecer –según el autor- de enraizamiento en Jesús y en la historia. Pagola no niega esa enseñanza pero la muestra, de hecho, infundada. Esta investigación es expresión de su trabajo para lograr la «conversión de la Iglesia a Jesús» (p. 468).

Al libro de José Antonio Pagola cuadran bien las palabras que emplea san Ireneo de Lyon, hablando de los que siembran el error con bellas palabras: «dicen cosas semejantes a nosotros, pero piensan de forma diferente» (Adv. Haer. I, Praef. 2: SCh 264, 22).