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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

lunes, agosto 13, 2007

El lenguaje de un cuadro

Jesús María Lecea, Sch. P.



Una exposición catequética del “misterio” representado en el cuadro que preside el altar de la Capilla “de la Aparición” en la Casa de San Pantaleón de Roma, sede de la Curia General.

El cuadro sigue atribuyéndose a un autor desconocido; preexiste a la actual ornamentación de la Capilla, básicamente recompuesta en 1925, con algún retoque posterior hacia 1982 (altar, ambón...) para acomodarla a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.

La pintura representa una aparición de María, Madre de Dios, que muestra al Niño Jesús, su divino hijo, en actitud de bendecir. El Niño, desnudo, está de pie como apoyado en el manto de la Madre, no en sus rodillas. El manto cubre en parte una nube que hace de asiento a la Virgen María. La nube está adornada de elementos florales (una rosa) y vegetales.

Parece ser que la existencia de este cuadro en la capilla, antes ya de las modificaciones de comienzos del s. XX, le ha dado nombre de “Capilla de la Aparición”, uniendo la pintura a la tradición sobre la existencia de una aparición de la Virgen María a S. José de Calasanz, estando con los niños en el oratorio.

Por ello, algunos identifican a uno de los dos religiosos – el más anciano – de los que aparecen en el cuadro con San José de Calasanz. Le acompañaría otro religioso y un grupo de niños, todos ellos, arrodillados o no, ante un altar sobre el que aparece la Virgen, como queda descrito. En esta descripción, llaman la atención algunas cosas: los dos religiosos no miran a la Virgen; los niños son de distintas edades, como los religiosos mismos. Parece, pues, que el cuadro es un “constructo” más que la descripción de un hecho milagroso. Los niños, de diferentes edades, pueden representar los diferentes grados o clases de las escuelas, desde los pequeños hasta los jovencitos; lo mismo que los religiosos: maestros jóvenes y viejos.

El cuadro está dividido claramente en dos partes: una representa la realidad de aquí abajo (lo terrenal), las escuelas con dos educadores y alumnos; la otra, la realidad de arriba o celeste: la Virgen Madre (N. 1), con el hijo divino (N. 2), sentada en una nube y rodeada de cuatro ángeles, dos a cada lado. Uno de los dos, representados de cuerpo entero y como volando, el derecho mirando al cuadro (N. 3), dirige su mirada al que observa y parece indicarle que se fije en el “misterio”; el izquierdo (N. 4) mira hacia abajo contemplando la realidad terrenal dibujada.



La idea de “constructo” me hace pensar que en el cuadro se ha querido representar la bendición divina (el Niño Jesús, hijo de Dios y de María) sobre las Escuelas Pías, sobre todos los que las componen (profesores, jóvenes y viejos; alumnos de diferentes edades); bendición otorgada bajo la protección especial de María, invocada especialmente en las Escuelas Pías con el título de Madre de Dios. Tenemos, pues, un cuadro que significa sencillamente que Dios bendice las Escuelas Pías en sus maestros y alumnos, bajo la protección materna de la Madre de Dios.

Veamos ahora el cuadro con más detalle, sobre todo en su parte inferior, que representa la realidad terrenal. Comencemos por las actitudes que expresa la compostura de los personajes ante el “misterio”, que los domina desde lo alto:

Dios que bendice, en la figura de su Hijo niño, nacido de María, bajo cuya protección está el “instituto” (obra) de las Escuelas Pías.

Los rostros de los dos religiosos (N. 12 y 13) aparecen concentrados en la “meditación” del misterio, que lo tienen asumido como acontecimiento habitual; su rostro y postura no expresan ninguna actitud especial o extraordinaria. Rezar, si es caso, y degustar el momento de oración contemplativa; adorar o venerar, como indica el gesto del religioso anciano que, descubierta la cabeza, mantiene el sombrero o bonete en sus manos en actitud de respeto y adoración.

El círculo de niños, en cambio, expresa diferentes momentos de la compresión del “misterio”. Podemos ver como un proceso de experiencia religiosa en los alumnos, a medida que crecen, frecuentando las Escuelas Pías, en las que se inician en los saberes humanos y los principios de la fe cristiana. El más pequeño (N. 9), en el centro de la mitad izquierda, arrodillado y descalzo, mira, levantando su mano izquierda, al mayor que con una mano, la derecha, le empuja a estar arrodillado, y con la otra, la izquierda, le indica el “misterio” representado arriba. El niño pequeño no percibe, no distingue todavía el “misterio”, por ello enreda, habla y debe ser amonestado por el mayor para que adopte la debida compostura.

El niño un poco más crecido – pero niño todavía – que aparece a la derecha del centro, arrodillado sobre una pierna y mirando hacia atrás (N. 10), indica con su mirada y con la mano apuntando a lo alto que allí arriba hay un “misterio”. El se ha dado cuenta; quizás no sabe de qué se trata, pero lo advierte. La novedad del descubrimiento le hace mostrar públicamente el hecho. Es un fenómeno que acontece a todos los niños quienes, al descubrir o entender por vez primera una cosa, lo manifiestan en voz alta o gritando: “papá, papá, mira, he visto esto”. El hecho de querer comunicar a todos su descubrimiento está patente en su mirada, que sigue los pasos del que mira el cuadro yendo de un lado a otro. Lo mismo sucede con la mirada del ángel en lo más alto del cuadro, a la derecha (N. 3). Este segundo niño significa un paso adelante en la formación de la fe que los alumnos reciben en las Escuelas Pías: pasa del no entender (y enredar) a darse cuenta de “otra” realidad que le sorprende y atrae; por ello lo comunica, como novedad, a todos.

El niño adolescente, a la derecha del cuadro (N. 11), junto al religioso anciano, contempla el “misterio” que ya conoce. Su mirada, fija en lo alto, sus manos juntas para la oración lo están indicando. A la sorpresa del descubrimiento del “misterio”, en el proceso de la vida de la fe, sigue el aceptarlo buscando una relación personal con él. Es la práctica de la oración.

El adolescente arrodillado, dando la espalda, en el lado izquierdo del cuadro (N. 8), amonesta al pequeño poniéndole la mano derecha sobre su espalda y, con la izquierda, le indica que arriba hay algo importante. Su presencia explica por qué tomar esas posturas de arrodillarse, no enredar, estar en silencio o rezar. El lo sabe y lo enseña al más pequeño, que lo ignora todavía. La vida de fe va creciendo cuando se comunica a los demás.

Dos muchachos (N. 5 y 6), mirando hacia arriba y con las manos alzadas, y un tercero, al que sólo se le ve el rostro con una mirada ensimismada (N. 7), expresan una misma actitud de sorpresa y adoración ante el “misterio”: admiran, proclaman exultantes, interiorizan, acogen sorprendidos e impresionados. Son manifestaciones de una fe que crece y se desarrolla con la oración de alabanza, la petición, la interiorización.

El conjunto del cuadro es, pues, un elaborado humano-divino de lo que se practica y vive por parte de maestros y alumnos en las Escuelas Pías de Calasanz. Al centro, como el eslabón que une la tierra y con el cielo, el altar, con sus candelabros y un crucifijo que se adivina. En el frontal, el escudo de la Orden: María, Madre de Dios. Unos peldaños que lo elevan y también marcan la ascensión de los presentes hacia el “misterio”. El pintor ha querido dar, sin conseguirlo, cierta perspectiva al conjunto, encuadrándolo en la nave central de una iglesia imaginaria, flanqueada visiblemente por las naves laterales. El altar, en efecto, parece adelantado al centro de la iglesia y sin distancia alguna respecto a las personas, como si estuvieran rodeándolo, cuando en realidad se colocan a distancia delante de la predela.

Un detalle más todavía. ¿Algo marginal o expresamente querido? En el ángulo inferior derecho del cuadro aparecen amontonados algunos libros. En el lomo del mayor, que aguanta a los otros, se puede leer: “Calepinus”. Es una enciclopedia que condensa el saber de aquella época. En el intermedio se lee también “P.VIR. MA”. No sabría descifrar en este caso su significado: “Per Virginem Mariam”?. Uniendo los dos libros con lo antes explicado, podemos deducir el “piedad y letras”, lema completo de la meta educativa de las Escuelas Pías. En ellas se educa con visión unitaria e integral del hombre: ciencia y fe. Ambas dimensiones confluyen en la persona del niño, proveyéndole el alimento e instrumental para afrontar la vida como ciudadano y miembro de la Iglesia, sabio y creyente.