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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

miércoles, marzo 01, 2006

Misión Compartida en un Colegio Calasanz


MISIÓN COMPARTIDA
Exposición del P. Francisco Montesinos
Consejero Provincial
a los profesores de Costa Rica y Nicaragua
Febrero, 2006

Allá en Roma, en la Capilla de la casa madre de los escolapios hay un viejo relicario que contiene dos hermosas partes del cuerpo del fundador que nos dan a entender quién fue y lo que hizo: el corazón y la lengua.Calasanz, la Escuela Pía, fue en el principio una obra que nació de todo aquello que de un corazón puede ser expresado por la lengua, por la boca.
Calasanz fue corazón y palabra; la Escuela Pia de los principios fueron corazón y palabra. Racionalmente todo lo que apareció alle en la Roma de los principios del siglo XVII era imposible de llevar a cabo, la dificultades aparecieron, y sabemos que fueron muchas y fuertes, y todas ellas fueron superadas por un hombre, por aquellos hombres, con mucho corazón y col ka fuerza de las palabras.
Hoy, 400 años después, este que les habla, sigue empeñado en predicar que los maestros y las escuelas de las Escuelas Pías, tienen su fuerza EN SU CORAZÓN Y EN EL PODER DE SU PALABRA, expresada en la vida y en las obras de sus miembros.
Por esto, esta sencilla intervención quiere hablarles de cómo veo al educador calasancio, cuáles deberían ser sus puntos de referencia en el desarrollo de su misión. Comienzo.
Seguro que los aquí presentes llevan más o menos tiempo en el Colegio, pero seguro que más de una vez pensamos en nuestros alumnos que ya terminaron. ¿Qué hicieron con lo que se les enseñó. ¿En qué quedaron aquellas expectativas que apuntaban siendo alumnos?. ¿Qué de diferentes tuvieron del resto de amigos que no pasaron por nuestras aulas?. ¿Qué cumplieron?. ¿En qué nos defraudaron?.
Y sus vidas nos marcan, no disimulemos. Sus vidas y sus querencias son las evaluaciones a nuestros esfuerzos, a nuestros trabajos. ¿En qué quedaron aquellas clases magistrales llenas de ciencia que demostraban nuestra valía profesional? ¿Qué consecuencias tuvieron aquellas largas charlas llenas de entusiasmo que dejaban entrever futuros exuberantes y optimistas? ¿Qué ocurrió con aquel grupo cristiano que semana tras semana se reunía para descubrir el mensaje y las consecuencias del Evangelio de Jesucristo?
Cuántas preguntas... y cuántas respuestas.
No sé qué nos produce más inquietud, las preguntas o las respuestas. Enseñar. Educar. Amar. Compartir. Perdonar. Recibir. Corregir. Animar. Acompañar. Enviar. Son muchos verbos para una sola profesión. Ahora podríamos decir con más certeza: ¡qué duro es nuestro trabajo! Sí, qué duro, pero ¡qué bello!. Grandioso.
Un día, unos más y otros menos, cada uno de nosotros dejamos la escuela y nos sumergimos en el mundo de la universidad. Cada uno con unas expectativas muy concretas. Y seguro, que no todos estaban encaminados al mundo de la educación como objetivo final. Uno quería ser ingeniero y no profesor de física, y otro quería pintar cuadros, y no dar clase de dibujo, y el tercero quería dedicarse a la investigación, y no dar clases de historia.
Y hoy, con más o menos años, todos estamos aquí formando parte de un colegio, imagino que con el suficiente prestigio y credibilidad como para que los padres de familia de la ciudad, envíen a sus hijos a educarse a este colegio. Cada día cuando nos encontramos con estos muchachos, es una historia la que se encuentra con ellos. La de cada uno. Y por eso es tantas veces tan difícil conjuntar un claustro de profesores. Aunar criterios pedagógicos. Consensuar formas de trato y relación con los alumnos. Cada uno llegó con su historia personal, cada uno transmite buena parte de esa historia personal.
Y hemos de buscar criterios comunes, puntos de relación, elementos que den coherencia a la oferta educativa del centro. De lo contrario el producto es deslavazado, incoherente, sin sentido. ¿Os imagináis que una fábrica ofreciera muñecos con dos cabezas y siete piernas, sólo porque considerasen que lo importante de la persona es pensar y caminar? ¿Quién compraría ese producto? O mejor, ¿quién lo entendería?
Esto nos ocurre muchas veces en nuestras escuelas. Unas veces los claustros nos dedicamos a forzar y reforzar la máquina en lo que respecta a los conocimientos y convertimos nuestras escuelas en universidades de niños. Otras nos dedicamos a potenciar en exceso las experiencias personales y grupales, y a veces nuestros centros son auténticas agencias de viajes, donde lo más importante es conocer sitios y lugares, convirtiendo nuestro alrededor en un gran museo que visitar y conocer. Y en ocasiones, por qué no, convertimos nuestras escuelas en sucursales, o quizá en sustitutos, de las parroquias y las convertimos en centros donde la catequesis y la indoctrinación, intentan hacer jóvenes santos, pero a menudo bastante incultos.
Lo primer que un centro necesita es saber quién es, qué ofrece, cómo lo ofrece y por qué ofrece eso y no otra cosa. Imagino, que todo eso debe estar en lo que llamamos el Proyecto Educativo del Centro.
Os decía al principio que éste que os habla viene con la ilusión, y por qué no, la experiencia del montañero que siempre tiene otro ochomil que escalar. Porque el arte de educar no tiene metas prefijadas. Ni metas de final de carrera. ¡Qué se lo pregunten al bueno del Hno. José que allá en la escuela donde ahora trabajo, a sus setenta y tantos años, se sienta en esas sillitas de Kinder al lado de aquellos niños emigrantes que están aprendiendo las primeras palabras del español. Es su nuevo ochomil. Estos son mis títulos, los que me llevan a encontrarme con los adolescentes medio dormidos a todas las horas del día. Al principio de la mañana porque dicen no haber dormido ni bien ni lo suficiente; a la mitad de la mañana porque Paco, esto es muy aburrido, y al final, porque todos los sabéis: estoy cansado. No sabemos de qué, pero nuestro alumno del alma "está cansado". Y así un día y otro.
Mi Segunda reflexión. Cuatro verbos para caminar.
Permitidme que recoja alguno de los verbos que antes os nombraba. Son los verbos de la misión del educador, y me gustaría que fueran especialmente, los verbos del educador escolapio.
Educar.
Es lógico que sea el primer verbo para el primer sustantivo, educador. No sé aquí, pero allá en mi tierra, se habla más de enseñantes que de educadores. Nunca he podido saber si la palabra es inocente o quiere ser una carga de profundidad a nuestro oficio. ¿Venir hasta aquí, hacer este viaje, sólo para enseñar? Para enseñar... ¿qué? ¿La oración compuesta? ¿La raíz cuadrada? O ¿el teorema de Pitágoras? ¿Qué podremos nosotros, que cada día nos enfrentamos (de situarnos en frente, no de oponernos) a 30 o más alumnos con una buena película o un reportaje de vídeo, o con una súper pantalla de televisión? Un pobre trozo de yeso frente a la tecnología punta. Quizá entre nosotros haya alguno que piense que este es el lugar que tiene para ganarse el pan y no me pida usted más. Es verdad, es posible. Pero también debe ser duro. Y deprimente. Sobre todo si no consigues imponerte/oponerte a los alumnos.Educar, creo yo, es algo más que pelearnos con Pitágoras o con el bueno de Pascal que nos quisieron imbuir de ciencia, matemática o filosófica, da lo mismo. ¿Imagináis que los padres de nuestros alumnos sólo valoraran el número de conocimientos científicos, filosóficos o de cualquier otro tipo que da el colegio? ¿Imagináis lo que supondría para una escuela como la calasancia que dice basar su oferta en la Piedad y las Letras lo anterior? Como mínimo debería replantearse qué hace aquí.Hoy, ayer y mañana las Escuelas Pías, quiere sobre todo educar, esto es dar, junto a las letras, los conocimientos, los saberes, aquello otro que ayuda al niño, al joven a ser persona. Formemos personas y formaremos una nueva sociedad.
Amar.
Perdonadme, no creo ser sensiblero. Pero o hay amor en nuestro quehacer diario, o lo que hacemos se convierte para nosotros, demasiadas veces en un martirio. Frente al niño que no te atiende, que no te obedece, que te responde con displicencia, que llega hasta a insultar, que no te estudia, que no se comporta como debe, que no responde a nuestras iniciativas, que no participa en lo que se le ofrece, que no responde cuando le llamas, que... podíamos seguir unas cuantas líneas más. Frente a eso, ¿cómo se responde?, ¿cómo actuamos? ¿Con voces estridentes? ¿Con violencia? Con... ¿no son todo ello expresión de nuestra incapacidad educadora?, ¿no estamos diciendo con ello que no tenemos razones con las que hacer frente? Se nos acabaron las razones, imponemos nuestra fuerza.
Y esto ocurre, aún demasiadas veces en nuestros colegios, en nuestras aulas.
En el mundo en que nos ha tocado vivir, se nos enseña a ser fuertes, a resistir, a no dejarse intimidar, a provocar antes de que te provoquen, a dar antes de que te den, es difícil la cultura del amor. En los jóvenes, y también en nosotros los maestros porque no nos escapamos del mundo en que vivimos. Y es sólo con amor y desde el amor, cuando transformamos, o al menos tenemos posibilidades de transformar, a los niños, los jóvenes y siguiendo la utopía de Calasanz, la sociedad y la Iglesia.
Que, ¿cómo amar a nuestros alumnos? Como tú te amas a ti mismo, como amas a tu esposa, como amas a tu marido, como amas a tus hijos. Es necesario sentirse familia del otro, esto es, sentirse implicado en la vida del otro. Si el otro es un ajeno a nosotros va a ser difícilmente amable por nuestra parte. Yo suelo hablar de los jóvenes a sus papás diciendo junto aquello de sus hijos, nuestros alumnos, así de seguidito. Porque así debe ser. Los papás nos dejan en nuestras manos lo más preciado de sus vidas, Y nosotros hemos de ser conscientes de ese ejercicio de confianza.
Amar y acompañar.
Es un verbo para nuestra misión, es una buena objetivación de nuestra tarea. El papá ama a su hijo llevándolo de la mano. Lo acompaña para dirigirlo, para protegerle, para enderezarle, para que sienta ese contacto tan lleno de sensibilidad. Todos creemos adivinar al que nos saluda según el contacto de nuestras manos.
¿Ustedes no tienen la impresión de la soledad de nuestros niños y jóvenes? En un mundo en que tener de casi todo está al alcance de casi todos, resulta que nuestros jóvenes viven sin compañía. ¿No tienen ustedes la impresión que los inventores de la Play station sabían esto que les acabo de decir? Es asombroso, al menos para mí, escuchar a nuestros adolescentes diciéndonos las horas que se han pasado delante de un televisor ante tal o cual juego de la videoconsola.
Últimamente, seguro que ustedes también, al hablar de educación se está hablando con insistencia de acompañamiento. Y se acompaña al que está solo. Nuestros niños y jóvenes están viviendo una experiencia, así es al menos allá entre los que me desenvuelvo, de soledad desde el principio. Los niños, demasiados niños, están acostumbrados a ver a sus papás unas pocas horas, muy pocas horas al día. Al colegio se le está pidiendo que abra las puertas un buen tiempo antes del inicio de las actividades académicas para que los papás los dejen camino del trabajo. Una misión para las escuelas: guardería. Y luego, al finalizar dichas actividades escolares, los niños se dedican a participar en las extraescolares. Yo les puedo decir que hay niños que llegan a pasar 12 horas en el colegio, desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde. Una barbaridad.
¿Qué aspectos necesitan de un acompañante? Yo diría de tres. El niño, el joven necesita un acompañante de su crecimiento, tanto físico como moral como religioso, un acompañante de la maduración afectiva, un acompañante en su orientación personal de futuro.Como pueden ver son las funciones propias de la familia, del papá y de la mamá. Pero que cada día se pide más a los colegios. Nuestros alumnos necesitan de alguien que les muestre cuáles son los puntos de referencia a los que deben mirarse en su crecimiento. Hoy los jóvenes, cada día ganan cada vez más cosas, pero parece que no encuentran esos puntos de referencia que son los que dan el sentido a esas cosas, decía alguien que han encontrado sus vidas y su fuerzas, pero han perdido el sentido de esas vidas. Hoy hemos de ponernos a su lado para mostrarle esos puntos, que para nosotros son válidos y buenos, y que ellos puedan decidir si lo son para ellos. Es aquí donde hemos de hacer presente eso que los estudiosos empiezan a hablar de la nueva narrativa en la transmisión de lo educativo y lo religioso. Hoy nuestros jóvenes, más que teorías, necesitan ejemplos vivos.Lo moral y lo religioso en un mundo postmoderno lo tiene difícil. Lo que priva es el individualismo, lo subjetivo, lo relativo. Parece que delante de cualquier afirmación hemos de añadir aquello de depende o según casos. La moral y la religión han quedado envueltas en ese mundo del quizá. Recuperar esto implica presencia continuada de personas que testifiquen con sus vidas concretas qué hay una moral que ayuda a vivir y discernir esa vida; que sí hay una trascendencia que ayuda a entender la vida de cada uno. Y eso se consigue con el acompañamiento diario.
Los afectos de nuestros alumnos también pasan por un momento complicado. De vez en cuando llegan a nuestras manos estudios que nos hablan de situación de depresión, de intentos de suicidio, de grados de alcoholismo o de drogadicción. Nuestros alumnos cuando no encuentran el afecto en la persona, buscan los sustitutivos más próximos. Todo este mundo que excluye de la normalidad social es consecuencia no causa. Yo diría que aquí sería necesaria una doble línea de actuación. La primera de cara a las familias de nuestros alumnos. Los padres deben ser conscientes de hacia dónde conducen a sus hijos cuando no les dedican el tiempo necesario. Dónde está el tiempo del diálogo, del juego compartido, del hacer importante al niño, del beso o de la caricia. Hoy a los padres hemos de decirles lo importante que es estar cerca de los hijos, de lo importante que es el roce y la complicidad entre padres e hijos. La segunda parte nos corresponde a nosotros, los educadores. Es verdad que no todos los que un día iniciamos nuestros estudios superiores pensábamos que íbamos a terminar en una escuela. Pero la realidad se impuso y aquí estamos. Y desde nuestra situación hemos de posicionarnos ante esta labor que es la educativa. Un alumno es una persona, como nosotros, que está en crecimiento, y como todo lo que crece está en período de crisis, y necesita de apoyos que le ayuden a mantenerse rectos y fuertes. E imagino que todos hemos llegado a esa primera conclusión de que la ciencia que transmiten los libros de texto, las matemáticas o la Biología, no ayudan a ser ni rectos ni fuertes. Quizá más cultos, pero no creo que más adultos. Y aquí es donde entra la segunda, si no la primera, parte de nuestro quehacer en la escuela: mostrarnos cercanos a los alumnos para que puedan encontrar en nosotros ese calor que a veces, demasiadas, no encuentran en sus casas. Una relación cálida, cercana, afectuosa, que no quiere decir paternalista ni provocadora de dependencias afectivas, hace que el acto educativo sea además de afectivo, efectivo. Nuestra propia vida se verá implicada y será un elemento que dé credibilidad a aquello que queremos transmitir.
Acompañar para orientar. Toda esta soledad de la que hablamos, provoca des-orientación. Nuestros alumnos van pasando de curso en curso sin más preocupación que el aprobado inmediato; con lo mínimo nos conformamos, (por allá los padres vienen a pedir lo mismo). Terminan el bachiller, aprueban la prueba de acceso a la Universidad y entonces se plantean la pregunta ¿qué estudio ahora? Toda una vida pendiente de la decisión de breves minutos sin ninguna reflexión previa. También en las decisiones de futuro hemos de estar presentes. No solo nos preocupamos de la felicidad del presente, también de la del futuro. Duro pero necesario.
Y enviar. Una vez escuchados, amados, orientados o acompañados, como los padres que ven salir a sus hijos hacia el matrimonio, los maestros los enviamos. No los retenemos, no los secuestramos, no nos duele "perderlos", y ello porque desde el principio sabemos que la misión del educador es, diría yo, fortalecer las alas para que puedan volar. Eso lo llamamos educar para la autonomía. Esa es nuestra responsabilidad: fortalecer aquello que hace fuerte l Eduardo.Los escolapios tenemos las dos alas del cuerpo: la Piedad y las Letras. Unidas con fuerza al cuerpo. Ninguna puede sin otra posibilitar el vuelo. Verlos volar será nuestra recompensa como educadores. Hacer hombres libres, responsables y autónomos. Sabios y santos, como diría el mismo Calasanz.
LA MISION COMPARTIDA
Hablar de la misión compartida implica en primer lugar saber dónde nos encontramos, dónde desarrollamos nuestra misión, no es lo mismo compartir en un ambiente que en otro, en un tipo de misión que en otro.
En ocasiones el no saber, no poder o no querer distinguir situaciones, ambientes o contextos, nos lleva a confusiones o malentendidos. En este primer momento quisiera hacer una breve reflexión del dónde nos encontramos y desde dónde vamos a hacer nuestra reflexión. Imagino que tanto aquí en San José como allá en España la educación es algo que todo gobierno, del signo que sea, está obligado a ofrecer a su pueblo.
Educar un pueblo es forjar el futuro del mismo.
La UNESCO tiene estudios hermosos, quizá el más conocido y comentado, el Informe Delors, nos da una idea de la importancia de la educación y la cultura en el presente y futuro de todo pueblo. Un país inculto es un país que fácilmente cae en manos de otras que lo dominan con facilidad. Esto a los educadores escolapios, nos sabe a conocido.
Ya Calasanz hablaba de la educación como el paso previo para la reforma de la Iglesia y de la sociedad. Hoy cuatro siglos después sigue siendo un principio de referencia para toda la sociedad. Y también, permitidme el comentario, hoy como entonces hay fuerzas sociales, políticas y económicas que se esfuerzan por impedir esta necesidad.
Los gobiernos y aquellas instituciones que tengan un algo que ofrecer a la sociedad a través de la educación de sus niños y jóvenes tienen igual derecho de hacer su oferta educativa. Escuela pública y escuela privada. Y a cada uno hay que exigirles la claridad de ese algo que ofrecen. Es lo que entre nosotros llamamos el Carácter Propio, lo que nos define como tales. Y si a los estados hay que pedirles buenas dosis de imparcialidad en lo ideológico, a los privados hay que exigirles igualmente claridad en su oferta, tanto en su pedagogía como en su ideario.
Las instituciones ofrecen, las familias eligen. Y en este principio de la oferta y la demanda nos desenvolvemos. Y nuestro centro, el de las ESCUELAS PIAS en San José es un centro con Carácter Propio específico y bien definido, que ofrecido a la sociedad las familias que lo desean lo acogen y nos piden compartir la educación de sus hijos con ellos. Nuestro Centro tiene un Carácter Propio porque aporta un algo más porque ha nacido de una determinada concepción de la vida, de la persona y, por tanto, de la educación. Además de colaborar con la sociedad en el logro de unos objetivos generales, queremos ofrecer una visión del mundo, unos referentes de sentido de la vida, una pedagogía y un estilo diferenciados.
Ese carácter propio no pertenece ni a los usuarios del centro (familias), ni a los claustros de profesores, ni siquiera al equipo directivo. Los distintos colectivos del centro son depositarios, no dueños, de ese carácter propio. Es la razón de ser del centro y su razón de estar en la sociedad. El servicio que los escolapios desempeñamos en la sociedad y en la Iglesia fue redefinido por el Capítulo General de 1997 del siguiente modo: "EVANGELIZAR EDUCANDO, desde la primera infancia, a los niños y jóvenes, especialmente pobres, mediante la integración de Fe y Cultura -"Piedad y Letras"-, en aquellos ambientes y lugares a donde nos guía el carisma, para servir a la Iglesia y transformar la sociedad según los valores evangélicos de justicia, solidaridad y paz."
Por lo tanto, la razón de ser de nuestros centros es ayudar a crecer a las personas, para transformar la sociedad, buscando que ésta sea más justa y humana. Y esto, como servicio a la Iglesia. Esta finalidad, definitoria de la misión escolapia, se refiere a todos nuestros alumnos. Participar de ella requiere un acto de fe esperanzada en la capacidad transformadora de la educación. Pero, además, también es definitorio de "lo escolapio" una preferencia: "especialmente a los más pobres".
¿Qué significa esto hoy, en nuestro mundo?
"Los muchachos que Calasanz veía correr y alborotar por las calles romanas... los podemos encontrar hoy en aquellos que han perdido el sentido auténtico de la vida y carecen de todo impulso por un ideal, a los que no se les proponen valores y desconocen totalmente la belleza de la fe, que tienen a sus espaldas familias rotas e incapaces de amor, viven a menudo situaciones de penuria material y espiritual, son esclavos de los nuevos ídolos de la sociedad que, no raramente, les presenta un futuro de desocupación y marginación...".
Alumnos que están viviendo estas circunstancias se encuentran, hoy día, presentes en todos nuestros colegios, independientemente de la zona en la que se encuentren o de la situación socio-cultural de la mayoría de sus familias. Así, debe ser de lo más propio de un Centro Escolapio, la atención al alumnado más necesitado: los alumnos intelectualmente más débiles, aquellos con más problemas de comportamiento, aquellos que "no funcionan" por causa de su situación familiar, social, psicológica... Éstos han de ser nuestros alumnos preferidos. De lo contrario, no estaremos siendo fieles a la misión de Calasanz.
Quizá con demasiada frecuencia podamos caer en la tentación de olvidar este principio fundamental de fidelidad. No es una directriz que marquen los equipos directivos, ni los directores titulares de nuestros colegios. Estamos hablando de un principio que forma parte esencial del propio ser escolapio y, por lo tanto, de la identidad de nuestros centros. Yo sé que decir supone tener identificado el lugar donde se dice, el contexto en el que se dice, y tantos otros parámetros que nos sitúan. Pero aquí y allá, las palabras de Calasanz siguen sonando con la misma fuerza: Si desde la más temprana edad... No ha sido algo casual el hacer referencia como primer punto a tener presente el de la atención al alumnado.
En nuestros centros, por encima de las estructuras de cualquier tipo, han de estar las personas. Como consecuencia, hemos de recordar siempre que la gestión económica, la máxima eficacia, la imagen del centro..., que son temas muy importantes (y necesarios), están al servicio de las personas. El centro no ha de ser una organización para las personas, sino de personas. Olvidar esto equivale a olvidar la esencia última de nuestra misión: ayudar a crecer a las personas y, por lo tanto, desvirtúa esencialmente nuestra propia identidad. Ya sé que todo lo anterior implica tener siempre presente que cada uno ha de hacer lo que debe, lo que puede y lo que sabe. Y esto no siempre es fácil de definir.
Y, junto a este conocer la realidad de cada persona, hay un segundo aspecto de suma importancia. Cada persona ha de querer comprometerse en este proyecto. Y aquí entramos en un campo que allá en los colegios donde yo estoy inmerso está empezando a ser un pequeño, o grande problema: el de la participación en la gestión educativa del centro. Los padres cada día consideran nuestros centros como los lugares en que dejan a sus hijos liberándolos de posibles impedimentos a su gestión personal. (por ejemplo, es más difícil tener los hijos en casa cuando los dos trabajan, y esto es una opción).
Los profesores cada día, allá por lo menos, valoran menos las compensaciones económicas a cambio de la participación en cargos directivos. (Se prefiere el tiempo libre o simplemente el estar en casa a tener que complicarse la vida en cargos que siempre tienen aspectos conflictivos).
Los alumnos cada vez consideran menos el papel de la escuela como elemento importante en su formación. (Cada vez son menos los niños y jóvenes que consideran al maestro como aquel a quien dirigirse en caso de problemas o simplemente para recibir consejo) La teoría nos dice que todos somos imprescindibles en la tarea de la educación, que todos necesitamos complementarnos... pero la realidad parece decirnos otra cosa. Pero, en nuestros centros hemos de seguir luchando por conseguir que esto sea una realidad. Pero pasemos a elementos más concretos.
Nosotros desarrollamos nuestros talentos y nuestra necesidad de educar, porque es difícil entender a un maestro sin vocación pues las recompensas son mínimas y los problemas que lleva consigo el ejercicio de la profesión cada vez son mayores, en un centro concreto: un CENTRO ESCOLAPIO. ¿Qué deberíamos tener siempre presente a la hora del desarrollo de nuestra vocación? Veamos algunos aspectos que deberían tener nuestras escuelas: * En primer lugar no podemos dejar de considerar a los niños y jóvenes como personas con todas sus potencialidades de desarrollo, capaces de protagonizar su propio proceso educativo, por tanto, profesando el máximo respeto, estima y esperanza en sus capacidades.
* Creemos en un modelo de persona libre y corresponsable, solidaria y justa, que ame y busque la verdad, comprometida en la construcción de un mundo más humano, con un estilo de vida coherente con su fe.
* Hemos de estar abiertos, especialmente, a los alumnos que más lo necesitan: a los pobres, a los alumnos con necesidades educativas especiales, a los alumnos con fracaso escolar, a los alumnos que tienen problemas sociales, a los alumnos que carecen de ambiente familiar normal...
Hemos de promover la renovación de la sociedad, con un planteamiento serio de Acción Social, trabajando por la Paz, la Justicia y la Solidaridad.
Será fundamental en nuestro trabajo promover en los niños y jóvenes una progresiva y explícita experiencia de fe, mediante procesos catequéticos, iniciación a la oración, compromiso evangélico con los más necesitados...
Nuestro lema de Piedad y Letras supone que hemos de plantear en nuestro trabajo educativo el diálogo entre fe y cultura con todo lo que esto conlleva de superación de lo dogmático, de lo cerrado, por una parte, y de una ciencia sin ética, por otra.
No podemos olvidar cuantos ejercemos el servicio de la educación (profesores, familias, agentes que colaboran en la escuela...) que tenemos una misión que va más allá de lo profesional, docente, pedagógico o administrativo, con un ideal de educación basado en la presencia activa, en la comunicación, en la escucha; y siempre abiertos a la formación continua. En especial, hemos de cultivar las virtudes calasancias (núcleo de nuestras actitudes pedagógicas): pobreza, humildad, paciencia amorosa y amor paciente.
Como educadores hemos de ser capaces de relacionarnos con cada alumno como si fuera único, reconocerlo y aceptarlo como es y ayudarlo a crecer confiando en sus posibilidades y transmitiéndoles la pasión por aprender a conocer, a ser, a hacer, a convivir y a compartir.
Consideramos a la familia como la que, en primer lugar, educa, capacita, motiva y respalda a sus miembros. Nuestra acción educativa debe propiciar una estrecha relación con los padres de los alumnos, especialmente de los más necesitados, alentando todo cuanto impulse la relación familia-escuela.
Y, por supuesto, buscamos continuamente una coherencia entre todos sus planteamientos: en su acción individual y también en su acción social, en su actividad instructiva y también en la formativa, en su planteamiento académico y también en el pastoral...
Dentro de este contexto que ha querido ser amplio y a la vez concreto en muchos aspectos que consideramos fundamentales, podremos llegar entender, creo, lo que supone hablar de Misión compartida en nuestras escuelas. Solo nos queda proponer un texto para la lectura personal y unas cuestiones que nos ayuden a compartir la misión que la Escuela Pía ha puesto en nuestras manos.

LA ESCUELA DE CALASANZ EN EL SIGLO XXI.
Cuatro siglos después de Calasanz, un documento de interés "La Misión Compartida en las Escuelas Pías. Cap. Gen. 1997
En 1997 se reúne en Roma el Capítulo General de la Orden y aprueba "potenciar la calidad del proceso educativo y la integración de la fe y de la cultura en nuestro Ministerio" y se dedicó a buscar indicadores que nos ayudaran a hacer una evaluación de la calidad calasancia. Es decir, se intentaba averiguar si somos o no una buena obra calasancia.
De esas intenciones aparece este documento que tiene como finalidad poner a nuestro alcance de una forma sintética lo que la Orden quiere que sean nuestras obras, calasanciamente hablando.
En el fondo, de lo que se trata es señalar los elementos propios que definen la especificidad de las Escuelas Pías, de su misión.
Entremos en el documento y detengámonos en los nn. 31 al 38 y releamos ese apartado denominado ejes transversales de nuestra acción educativa.
Allí se habla de una escuela que...
- Tenga una visión integradora:o Porque los movimientos migratorios son una nota que define a la sociedad actual.o Porque producen un encuentro intercultural no siempre pacífico.o Porque esta situación nos empuja a promocionar una escuela integradora,o Basada desde los principios de Jesús.
- Busque el bien de la sociedad:o Formando personas sensibilizadas con las necesidades del mundo,o Invitando a participar en proyectos que promuevan un mundo mejor.
- Promueva un Proyecto Educativo:o Basado en el ideario calasancio de formación humana, social y cristiana.
- Que ayude a la inserción en el mundo laboral:o La olvidada Formación Profesional en las Escuelas Pías.
- Y todo ello...o Con brevedad,o Con sencillez y adecuación a la edad,o Con métodos prácticos y útiles,o Con métodos innovadores,o Que procure la formación del profesorado.
- Que tenga presente la diversidad.o Una escuela que tiene presente la realidad de cada uno,o Y atiende las necesidades de cada uno.
Por todo lo anterior, la Escuela Calasancia de este siglo XXI pretende ser...o Sencilla: ágil, eficaz y evangelizadora.o Realista: medio eficaz para conseguir el fin fundamental: evangelizar educando.o Adaptable: a cada situación, lugar y tiempo.o Participativa: que ofrezca una satisfacción a todos los que están en ella.
Y vamos concluyendo: Hoy, no lo podemos olvidar, hablar de Ministerio Escolapio requiere, exige, de cada uno de nosotros estar dentro de la Palabra de Dios, que como decía el santo fundador "Es voz del Espíritu, que va y viene, toca el corazón y pasa, y ni se sabe de dónde viene y cuándo sopla (Jn. 3,8). Importa, pues, mucho, estar siempre alerta, para que no llegue de improviso y se aleje sin fruto". (22.11.1622), y al mundo que nos toca vivir. Un educador escolapio atento a la Palabra de Dios es un profeta, un escolapio inserto, que no cautivo, en el mundo, encuentra el lugar para hacer vida la profecía.
Y un profeta es un adelantado.
Los educadores escolapios están llamados a conocer el mundo y a dar respuestas continuas. La creatividad, la innovación, son elementos que nos definen. EL testimonio de nuestra fe ha de ser el mejor método catequético que ofrecemos.Llamados a formarnos, individualmente, y en grupo, en la espiritualidad y en la pedagogía de Calasanz, para ofrecer a nuestros alumnos , la Piedad y Letras,necesarias para reformar la sociedady a Iglesiadel mundo de hoy.